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Juan José Company Orell

Al suelo, que vienen los nuestros

La verbena, con farolillos chinos, que se han montado los populares de la Villa y Corte, es todo un folletín, merecedor de pasar por cualquiera de los capitulas de aquella serie televisiva de los ochenta, llamada Dinastía. Espectáculo sí, pero que no debiera causar sorpresa en demasía. De todos es sabido que las puñaladas que más daño causan, las que más duelen, son siempre las recibidas en la espalda, pues suelen ser casi siempre el resultado de alguna artimaña o traición del apuñalador, persona que casi nunca viene de frente; y los acuchilladores suelen moverse magníficamente entre bambalinas, manejando sus facas en la penumbra, rajando con ellas sin aviso previo.

Se cuenta, como anécdota, una peripecia del viejo zorro del parlamentarismo británico, D. Winston, de apellido archiconocido, a quien un novel electo legislador le transmitió, henchido de entusiasmo, el orgullo que sentía al estar sentado, en el parlamento británico, en la bancada conservadora frente a sus enemigos, a lo que el experimentado político le respondió, con su habitual socarronería, «no se equivoque, joven, los de enfrente son nuestros adversarios, el enemigo está sentado en ésta misma bancada»; cuánta razón tenía el de Oxfordshire, pues el fuego amigo en política suele ser mucho más exterminador que las escaramuzas con los adversarios de otro partido.

A estas alturas es imposible adelantar quiénes de los participes de esa kermese madrileña ingresarán, antes o después, en la morgue de políticos, pero que habrá sangre, que se tendrán que contar las bajas, entre las filas ¿amigas?, de eso no cabe la menor duda. Y no se podrá decir que el conflicto no se haya anunciado, la mala sangre que existía entre Génova y Sol, era la comidilla en todos los mentideros y «cuchicheaderos» políticos de la capital del Reino; entre la sede del PP y la de la Comunidad de Madrid hay apenas unas pocas estaciones de metro, pero la distancia política que separaba, que separa, ambos edificios parece ser infinita, aún cuando permite que se siga peleando entre ambas a la distancia de una bala de cañón. Las andanadas van de acá para allá, sin descanso. Los «él me dijo», «yo dije», «aquel cobró», «aquella influyó», «este miente», «aquella no se explicó» abundan y galopan por los medios de comunicación, pero lo cierto es que unos y otros se han metido en unos barros que manchan mucho y que además entorpecen los movimientos, presentes y futuros. A ver cómo salen de ellos.

Admira, de todos modos, ese desenfreno, ese despliegue de sospechosa indignación en la sede de los populares ante el indicio de que alguien cercano a uno de sus colegas de partido haya podido posar al egipcio modo, recibiendo óbolos por mera proximidad al poder; igual admiración causa el que algunos de la cúpula popular se enfaden ante la sospecha de que se hayan utilizado los «private eye» autóctonos para buscarle las vergüenzas a una colega de partido o a sus allegados. Una tal Marjorie Taylor, republicana ella, ha acusado a su colega Nancy Pelosi de manejar una Gazpacho Police, seguramente confundiendo gazpacho con Gestapo, imperdonable insulto; si alguien puede utilizar el gazpacho para calificativos somos nosotros, no los del otro lado del charco. De todos modos el ligamen gazpacho-gestapo no es novedoso, algún otro defenestrado del PP, hace ya más de una década, ya dijo que a él se le había espiado desde su propio partido mediante una «gestapillo».

Quizá, dada la experiencia de ese grupo político en tales tejemanejes madrileños, debieran ser más cautos, unos y otros, en su manifestaciones, por aquello de la necesaria libertad de pecado para poder tirar piedras al otro. A estas alturas es difícil saber quién dice la verdad, quién miente, quién dice medias verdades o medias mentiras, quién calla y quién oculta pero, con ser importante, lo mollar en este caso no es el qué sino el cómo y el porqué.

Permítanme terminar con un poso de humor; famosa empresa contratante de la parte contratante Priviet Sport utiliza el ruso en su denominación, priviet es el coloquial ‘hola’; ¿no será que también el nuevo Zar ruso anda metido también en este asunto?

Priviet.

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