Uno deplora cierta música rítmica de raíz latina englobada genéricamente en el reguetón. Ofende el modo en que ofende al idioma, mutilando palabras y echando por los suelos el fraseo (a diferencia de lo que hace el buen rapero). Con las clases de las cosas igual: hasta se ha perdido la decencia de legislar con una ley por tema, embutiendo un asunto en las adicionales de otro. Y ¿qué decir de esas negociaciones en las que pueden ser objeto de trueque no ya churras y merinas (hasta esto sería aceptable), sino derechos lingüísticos e impuestos, como si hubiera un peso común para géneros tan diversos? Nada dice ya uno respecto de las coaliciones circunstanciales que se forman, deforman y disuelven para aprobar cualquier cosa. Pero, se dice luego uno, si las formas se han ido a la M (como le ocurre a un cuerpo en fase de carroña), ¿no será uno el que se ha salido ya del mundo?