Diario de Mallorca

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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Pulsa uno, pulsa dos y pulsa tres

Robots que cuidan a personas mayores, androides que te sirven un café con leche, hablar con voces enlatadas para comunicar una incidencia. La tecnología facilita la vida, sí, pero no nos pasemos

El primer día que fui capaz de configurar la red wifi de casa me sentí una auténtica diosa de la tecnología. Comprendí las instrucciones, solucioné una duda con una operadora, engarcé unos cables y ¡bingo! Lo logré. Tuve un subidón de autoestima. Algo parecido me sucedió cuando logré montar una lámpara de una marca conocida. Una mañana de sábado me trasladé a un polígono a las afueras de la ciudad, di varias vueltas para encontrar una plaza de aparcamiento, entré en una tienda en la que me obligaron a seguir un largo itinerario y a no salirme de él, compré el artículo que necesitaba para decorar mi salón, hice cola para pagarlo, más cola para recogerlo, lo cargué sobre mis espaldas, tuve problemas para meterlo en el coche y ya en casa y tras tres intentos fallidos de montaje, a punto estuve de tomarme un ansiolítico para calmar la frustración. Unas horas más tarde, enchufé el artefacto y ¡bingo! se encendió la luz sin que la estructura se desmontase. Nuevo subidón de autoestima, de autonomía y de capacidad. La publicidad es ese oficio maravilloso que es capaz de venderte la tortura de «tecnología para todo» o del «hágalo usted mismo» como experiencias de libertad y autodeterminación. A estas alturas, estoy un poco cansada de esa cantinela.

Me agota perder tanto tiempo tratando de darme de baja de un servicio, modificando mis datos, contactando con un banco, renovando una contraseña o solicitando información para ahorrar en el consumo de suministros, a través de aplicaciones que debo bajarme en el móvil previa validación en el correo electrónico. Me cansa tener que demostrar que no soy un robot o que una voz metálica y enlatada me haga una encuesta de satisfacción. Me lía comprar calcetines, mallas y camisetas y tener que echar los artículos dentro de un cubículo que calcula lo que tengo que pagar. Añoro sonreírle a la persona que me cobra, darle las gracias y desearle un buen día. Me frustran las dificultades para comunicar las averías de los aparatejos domésticos. Marca uno, si quieres que te atiendan en catalán y dos, si quieres que lo hagan en castellano, resume tu problema en pocas palabras y repítelo porque no te hemos entendido. ¿Es tan difícil comprender que solo queremos que nos atiendan y, si es posible, con algo de cariño?

Desde hace unos años, los robots se usan como una innovación en el ámbito social. Los hay que entretienen, acompañan, monitorizan los movimientos o detectan caídas de personas mayores. No niego sus ventajas, pero me pregunto si la incorporación de la tecnología en nuestro día a día no se nos acabará yendo de las manos y dejaremos que una conversación, unas palabras de cariño o una caricia en la espalda pasen a ser competencia de un autómata. La restauración también se suma a esa tendencia y un bar de Mallorca ha incorporado a un androide a su plantilla. Se acabaron las charlas de barra, el detalle de las aceitunas con el cliente fidelizado o entrar en un local y que te pregunten si vas a tomar lo de siempre. Nos venden que la tecnología facilita la vida y es innegable que sí. También hace perder tiempo, espontaneidad y chispa en las relaciones y, desde luego, los bares ya no serán lo mismo.

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