De improviso Ramon Llull regresa a nuestras vidas. El hombre del saber enciclopédico, visionario, iluminado por la ciencia, por la filosofía mística, por el arte de su literatura, por la medicina, la astronomía o concepciones sobre el derecho, por unas matemáticas combinatorias precursoras de la informática, de inteligencia excepcional, enigmático, creador de pensamientos universales, diseñador de sistemas interconectados entre todas las ramas del conocimiento humano a partir de lógicas racionales, digno heredero de Platón y de Aristóteles, autor de cerca de 300 libros (escritos en latín, en catalán y en árabe), con una vida realmente apasionante.

Hablar de Ramón Llull es hablar del principal pensador universal del siglo XIII que desde su magister en La Sorbona influía sobre la actuación de Reyes y Pontífices, que proponía diálogos avant la lettre entre cristianismo e islamismo, muchos siglos antes, retando en un histórico cara a cara al Muftí de Túnez para intentar su conversión al credo cristiano o al revés si él perdía el pulso.

A mí me resulta muy difícil descifrar la inmensidad del pensamiento luliano porque ello exige conocer las claves de sus secretos inexplicables que yo por supuesto ignoro, ni una vida entera bastaría, tal es la magnitud del mallorquín más insigne de la historia que desde el mar de Miramar alcanzara el confín del orbe entero.

Esa cuestión (su reconocimiento con valor universal) propició que un plenario del Consell de Mallorca, por unanimidad, en febrero 2017, propusiera variar la denominación del aeropuerto de Palma de Mallorca-Son Sant Joan cambiándolo por aeropuerto de Palma de Mallorca-Ramon Llull (coincidiendo con el aniversario de los 700 años de su muerte) aunque luego todo quedara en un impasse, supuestamente por razones económicas y/o falta de la necesaria cooperación institucional entre entes locales, autonómicos y estatales.

Ahora una victoria deportiva internacional de Rafa Nadal ha impulsado una petición para que el aeropuerto de Palma sea designado con su nombre al tiempo que paralelamente y desde otra web ciudadana se solicita su nombramiento como Grande de España y duque de Manacor para incorporarse así a la nobleza española, por la vía de sus méritos deportivos y personales.

Parece pues que se produce una disyuntiva entre el magister de La Sorbona preceptor y consejero de Jaime II en Montpellier, partícipe en el Concilio de Vienne (Aquitania) donde se debatió acerca de la suerte y destino de los Caballeros Templarios (con el último Gran Maestre, Jacques Bourguignon de Molay, a la cabeza), reformas eclesiásticas y nuevas cruzadas, y el tenista de Manacor, ganador múltiple en Roland Garros y amigo del rey emérito Juan Carlos I, instalado en Abu Dabi (EAU), como se sabe. Imposible cualquier comparación.

Cada uno en su sitio

Es sin duda un debate equívoco. Una sinrazón absurda porque más allá de la identidad de origen muy poca coincidencia existe entre ambos. Pero sentado lo precedente, ¿cómo se resuelve dicha dicotomía?

Creo que habría que partir de la declaración institucional del Consell de Mallorca 2017 (que incluyó también el voto del PP) que consideró su figura cultural, emblemática e internacional como referente universal para esta tierra milenaria, de foc i llum, que sobrepasa en mucho a los 70 años de industria turístico, de sol y playa.

Se trata pues de un reconocimiento debido, y tardío a todas luces, que no tiene colores ni banderas propias. Existe una preeminencia evidente, a mi parecer.

La primera vez que vi jugar a Rafa Nadal fue en una final del Trofeo Cobra Club Tenis Mallorca contra Tomeu Salvá, calculo que él tendría unos 13 años. Ganó. Creció en estatura, en masa muscular y en fuerza mental, convirtiéndose en uno de los tenistas más importantes de la historia. Su revés cruzado es realmente magnífico. También sus passing-shot, aunque reconozco que prefiero el de Pete Sampras, otro tenista (como Nadal) capaz de lo imposible.

Recuerdo un partido celebrado en el Open USA 1996 frente a Alex Corretja al que le levantó no sé cuántos match-ball en el quinto set, entre continuos vómitos y en estado febril elevado, para finalmente conseguir la victoria. Voluntad y sacrificio, al estilo de Winston Churchill. O algún partido de Björn Borg (de mi generación).

Es decir, nada que objetar respecto al reconocimiento de Rafa Nadal como formidable tenista y buena persona pero como al principio he señalado si hay que renombrar al aeropuerto de Palma de Mallorca con un nombre y un apellido, el de Ramon Llull debe primar.