Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Gemma Ubasart

Apuestas predistributivas y bienestar

La reforma laboral debería entenderse como una recomposición del bienestar que permita afrontar los retos y transformaciones actuales, de manera ambiciosa y en la que ningún actor sobra

Más allá del ruido político y mediático, la aprobación de la reforma laboral ha puesto encima de la mesa debates de distinta naturaleza que, si no se quedan en un mero plano superficial, pueden tener su interés: la discusión izquierdista eterna entre estrategias gradualistas o maximalistas, la posible reconfiguración del esquema de alianzas gubernamental, la disputa por la construcción de liderazgos de cara a una futura cita electoral, el papel que debe tener el triángulo de hierro en el sistema de bienestar actual, los límites en la representación sindical del precariado, etc. Son todas ellas cuestiones pertinentes a tratar, aunque no entran específicamente en el debate sobre el contenido de la propia ley.

A la vez, varios han sido también los análisis sobre los avances y las carencias de la norma en una discusión más centrada en un terreno sustantivo. A modo de resumen apuntaría dos ideas: 1) estamos frente a la primera reforma laboral en democracia que supone avance de derechos para los y las trabajadoras (y no un retroceso); en concreto, se pone freno a la temporalidad y se mejoran condiciones salariales y en la negociación colectiva; 2) se trata de una derogación parcial, aunque importante, de la reforma aprobada por PP y CiU en 2012. Mi opinión, como pueden suponer, era favorable a apoyar el trámite en el Congreso, pero no es esta la cuestión que querría desarrollar en el presente artículo. Me gustaría situar las novedades en derechos del trabajo en un marco más amplio de reconstrucción del Estado del bienestar.

Así pues, las nuevas reglas de juego en el mercado laboral se insertarían en un cajón más amplio de lo que en el ámbito académico se conceptualiza como estrategias predistributivas. Para entender de qué estamos hablando, iremos un poco atrás en el tiempo.

El Estado del bienestar keynesiano-fordista, que se desarrolla en democracias occidentales democráticas después de la II Guerra Mundial, buscaba garantizar mecanismos de seguridad frente a riesgos sociales y a la vez caminar hacia la igualdad. En este sentido, se le daba un peso importante a la redistribución: una vez ha actuado el mercado, se buscaba corregir las desigualdades sociales. Esto se hace mediante dos mecanismos: 1) los impuestos directos y progresivos y 2) la prestación de servicios sociales (educación, salud…) y transferencias de recursos (contributivas y no contributivas).

Junto a estas medidas redistributivas, cada vez se van posicionando con fuerza también las de carácter predistributivo, aquellas que buscarían construir igualdad antes de que actúe el mercado. No es que sean nuevas, pero se las revisita. Así pues, estas se configurarían en dos grandes grupos. 1) Las que tienen que ver con la regulación de las reglas de juego del Estado del bienestar, que no tienen costes económicos en los presupuestos generales pero que, en cambio, alteran las relaciones de poder y recursos entre actores y sectores sociales. Cabría considerar las regulaciones laborales, el precio de la vivienda o de los servicios básicos, el SMI (pero también intervenir en el salario máximo), etc. 2) Las que tienen que ver con la capacitación de la ciudadanía, aumentar su competencia previamente a entrar en el mercado laboral. Entre otras, la inversión en educación en la pequeña infancia (determinante para el desarrollo cognitivo posterior), en formación profesional, en educación superior e innovación, etc.

En el puzle de un nuevo contrato social sería conveniente ir encajando piezas pre y redistributivas para avanzar en el bienestar del siglo XXI, consolidando a la vez clásicas recetas welfaristas e innovadoras políticas públicas y prácticas sociales. También sería pertinente considerar los diferentes niveles territoriales que acaban configurando los regímenes de bienestar, viendo en la proximidad y en Europa dimensiones importantes del sistema. En este sentido, la reforma laboral debería entenderse como una aportación a una recomposición del bienestar que, para hacer frente a los retos y las transformaciones actuales, debe producirse de manera ambiciosa y en la que ningún actor sobra: ni las fuerzas políticas de la mayoría de la investidura ni los protagonistas del diálogo social. Es más, seguramente el problema es que faltan.

Compartir el artículo

stats