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Portugal: la victoria de la izquierda y la inteligencia de los electores

António Costa, el primer ministro portugués celebra la victoria. EP

Lo que según las encuestas había de ser una especie de «empate técnico» entre los dos partidos que forman el bipartidismo imperfecto en Portugal (el conservador mal llamado Partido Social Demócrata y el Partido Socialista) fue realmente una victoria arrolladora de la segunda de tales formaciones, que, en su tercera victoria consecutiva, progresaba siempre y lograba al fin mayoría absoluta.

Como es conocido, el líder socialista António Costa, un personaje afable, inteligente y con carisma, venía gobernando desde el 6 de octubre de 2019 una segunda legislatura con el apoyo de dos organizaciones de izquierdas, el Bloco de Esquerda, que se define como socialista y que tiene semejanzas con Podemos, y el PCP, Partido Comunista Portugués, una de las escasas organizaciones con este nombre que sobreviven en Europa; fue la llamada jerigonça. Costa había quedado en 2015 en segundo lugar en el ranking electoral, con 86 escaños y el 32,3% de los votos, y gobernó gracias a las alianzas; mejoró su posición en 2019, alcanzando el primer lugar con 108 escaños y el 36,4% de los sufragios; y obtuvo la mayoría absoluta con 117 escaños y el 41,7% de los votos este pasado domingo. El propio Costa no ocultaba su estupor ante una victoria inesperada.

Las elecciones anticipadas se han producido esta vez porque Costa no consiguió sacar adelante los presupuestos del Estado para 2022; tuvo con sus socios de coalición diferencias insalvables sobre algunos asuntos relevantes pero no esenciales en términos de gran política: las discrepancias versaron sobre el salario mínimo, las pensiones, la legislación laboral y el refuerzo de la sanidad pública.

Las conclusiones de semejante resultado son varias. En primer lugar, es muy evidente que los electores han castigado con severidad a las minorías de izquierdas que han provocado unas elecciones innecesarias, que por añadidura han llegado en el momento más inapropiado: en plena sexta ola de la pandemia y con la necesidad de emprender la reconstrucción del país con los fondos comunitarios.

En segundo lugar, han sido rechazados rotundamente los argumentos de la derecha, que alegaba gestionar mejor la economía que la izquierda, y que reclamaba por tanto la confianza del electorado para gestionar los fondos Next Generation. En Europa, la gente tiene memoria de la austeridad ulterior a la primera crisis del siglo, en 2008 y años sucesivos, y no está dispuesta a dejar a la derecha que incremente la desintegración y las diferencias sociales.

En tercer lugar, el naufragio de la demoscopia debería hacer reflexionar a los sociólogos porque el patinazo portugués es descalificante. Pero nadie debe sorprenderse: si el arte de las encuestas reside en ponderar los sondeos en bruto mediante una ‘cocina’ que tenga en cuenta las tendencias, resulta prácticamente imposible realizar tal tarea cuando dichas tendencias son desconocidas porque el único modo de medirlas, que es empírico e invoca los precedentes, ya no sirve por lo cambiante y voluble de la opinión de la ciudadanía. El bipartidismo dominante en Europa se ha diluido en un creciente multipartidismo y las grandes opciones ideológicas están en entredicho y a debate. De hecho, no es casual que también en Portugal se haya disparado la extrema derecha, Chega, que ha obtenido el 7,5% de los votos y 12 escaños, cuando en las pasadas elecciones había logrado apenas un representante. En cualquier caso, la envergadura del populismo de extrema derecha es en Portugal la mitad de la de Vox.

La traducción a España del caso portugués es imposible porque las idiosincrasias son disímiles. Pero no es aventurado tomar ejemplo de lo sucedido: el electorado no es amorfo ni insensible, distingue ente los intereses generales y lo que no lo son, intuye quién comprende que tan importante es el crecimiento y el desarrollo como el reparto del bienestar, la nivelación social y le rescate de los menos favorecidos. De modo que las minorías progresistas han de entender que por encima de sus legítimas estrategias está la salida de la crisis de todo el país. Si ellos no caen en la cuenta de todo ello, tendrán también que aceptar el veredicto crítico de las urnas.

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