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Matías Vallés

AL AZAR

Matías Vallés

Ancianos negacionistas

La persona mayor que se desplaza a una oficina bancaria para que le atiendan, equivale a la persona de cualquier edad que va a un restaurante esperando que le sirvan una comida. La entidad financiera que no solo expulsa con cajas destempladas al anciano de la sucursal, sino que encima le recrimina su impericia con internet, equivale al restaurante que le reprocha al cliente de cualquier edad que no tenga ni idea de la elaboración de alimentos, por lo que le enseña el camino de la cocina para que aprenda por su cuenta entre pucheros.

Perdón, hay un error o imperfección en el párrafo anterior, y ya es demasiado tarde para borrarlo. La persona mayor atendida a patadas por el banco donde guarda su dinero, equivale a la persona de cualquier edad que acude a un restaurante tras haber pagado la comida por anticipado. Una vez en el establecimiento, se le insulta y se le ordena que se las arregle como buenamente pueda, sin satisfacerle en ningún caso el apetito ni la cantidad adelantada.

Al observar la desproporción entre la atención desconsiderada en oficinas bancarias, por comparación con el respeto al cliente de empresas gigantescas como Amazon o Zara, se concluye que el problema no son los mayores. Aportan sin duda la víctima propiciatoria, para un maltrato indecente orquestado por las entidades y la Administración. El gobernador del Banco de España solo se preocupa por recordar que los trabajadores han de cobrar menos, sin que se le recuerde un solo reproche a las empresas que en teoría regula.

Ahora mismo, es más fácil entrar en un banco para robarlo que como cliente que acude a gestionar su dinero. De paso, las entidades financieras aportan su colaboración a la proclamación de la invalidez de las personas mayores, como procedimiento inicial para un descarte en macrogranjas intensivas. Dado que todos hemos de colaborar gratuitamente con la Banca, les recomiendo desde aquí que acuñen la expresión de ancianos negacionistas de la digitalización, para salvar el daño reputacional que pudiera conllevar la eliminación de seres claramente superfluos. Y no tendría inconveniente en dar este consejo en persona, pero juro por lo más alto que ninguna de mis llamadas a mi oficina bancaria ha sido respondida ni devuelta en los últimos años.

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