Diario de Mallorca

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¿Como describirle? No creo que resten ya calificativos laudatorios para el Manacorí de Melbourne que no hayan sido utilizados con profusión en todos los lugares, por todos los medios, por una inmensidad de personas, así que solo me queda acudir a la primera acepción de nuestro diccionario para intentar acercarme a una definición apropiada del fenómeno tenístico; búsquenla en el texto de la RAE que seguro que coincidimos en la descripción. Dicen que el periódico deportivo parisino L’Equipe ha calificado a Rafa de marciano, y eso viniendo de un medio francés es triple o cuádruple loa, pero creo que se quedan cortos los galos, la distancia que separa a Nadal del resto no es planetaria, es más bien galáctica. Y el domingo pasado, justo en las antípodas, lo dejó bien claro.

Y es que nuestro mallorquín más célebre se supera un poco más cada vez que se pone a dar raquetazos; pero no todo de su actuación es de agradecer, sin ir más lejos éste último domingo a no pocos de los que pudimos padecer-disfrutar de la final de su penúltimo Grand Slam, nos provocó en no escasas fases de la lid tenística todos los síntomas de una angina de pecho, en ocasiones nos faltaba la respiración, a veces nos asaltaba una rara presión en el diafragma, sudábamos sin apenas movernos de la butaca con la comida dominguera enfriándose irremediablemente en el plato; envejecíamos y rejuvenecíamos alternativamente. Qué partido, qué cinco horas, D. Rafael sufrió lo indecible pero anda que nosotros, los sufridos visionarios en la distancia, que pasábamos de la pena a la esperanza, para luego caer en la tristeza y remontar luego hasta la alegría exultante, y volver a repetir el ciclo una y otra vez, hasta que, como un parto difícil, nuestro isleño parió otro exitazo que al principio del partido se nos antojaba algo casi imposible. Estoy convencido de que nuestro Rafael tiene en su gimnasio un aparato mágico-especial en el cual entrena hasta la extenuación su mejor músculo, el más potente, el que le facilita conseguir sus, nuestras, mayores victorias y hazañas, el corazón.

Creo que ya en una ocasión se me ocurrió proponer que al aeropuerto mallorquín se le pusiera el nombre de Rafa Nadal, no solo como merecido reconocimiento al campeón sino porque además seguramente les sería mucho más pronunciable, por conocido, a todos nuestros visitantes extranjeros, para quienes Rafa es casi de los suyos; de esa manera, para ir al aeropuerto, tan solo tendríamos que decirle al taxista «Lléveme a Rafa», al igual que en las películas neoyorkinas dice el protagonista «A Kennedy», sin temor a equívoco por parte del conductor; pero, bueno, eso es cosa de los políticos, así que como decía mi madre «De allí ha de venir».

Lo que sí sería quizá recomendable, dada la posible incidencia de esta época pandémica en las condiciones mentales de los hispanos, es que la Agencia del Medicamento nacional añadiera a su lista de antidepresivos la grabación de esta última gesta deportiva, como tratamiento a cualquier tipo de depresión con la prescripción, en los casos más graves, de ponerse el partido cinco veces a la semana, siempre después de las comidas. Porque poder disfrutar del tesón, de la templanza, de la fuerza de voluntad, del ansia de conseguir lo que es a todas luces difícil, inaccesible, casi estratosférico, de nuestro inmenso isleño sería sin duda una sólida ayuda psicológica, al igual que un chute de moral, nada escaso para el resto de humanos. El mensaje que Rafa escribe sobre la pista es simple: querer es poder.

Ya sé que no soy nada objetivo, ya sé que me dejo llevar por la emoción que me inspiran las actuaciones de nuestro Rafa, gane o pierda, pero qué quieren que les diga el extraterrestre de Ganimedes, que habita entre nosotros, me reconforta, me reconcilia con la vida. Debe ser por eso mismo que me es tan difícil encontrar para él definiciones que aciertan a pintar un cuadro con los colores adecuados. Me viene a la memoria una entrevista a Salvador Dalí cuando la tele no tenía más que grises, donde el entrevistador se le ocurrió solicitar del de Cadaqués que (se) definiera a Dalí sin utilizar las palabras genio o único, a lo que el Loco, así se definía a sí mismo, del dibujo, echando la cabeza hacia atrás con su habitual elegancia, respondió dignamente «Dalí es Dalí»; pues eso mismo; Rafa es Rafa.

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