Opinión
De lo trivial

‘Autorretrato con modelo reflejada’. Miami, 2015. / ©Pedro Coll
Leí, no sé dónde, que, cuando nos miramos en un espejo, lo que vemos en él reflejado es una imagen de la que nos separa una infinitesimal porción de tiempo. En principio, este pensamiento puede parecernos trivial. Pero quizá no lo es tanto al enterarnos de que si pudiéramos mirarnos en un espejo que estuviera a miles de años-luz... cuando nuestra imagen reflejada estuviera de regreso no nos encontraría ni a nosotros ni a los nietos de nuestros nietos. Ignoro si esta teoría procede del mundo de la física o del de la magia, pero me quedo con ella. Aplico aquí aquel axioma periodístico tan útil, ‘no dejes que la realidad te estropee un buen reportaje’, o el genial dicho italiano que no hace sino confirmarlo, ‘si non è vero è ben trovato’. Cualquiera de los dos me sirve.
Nunca desdeñemos las sutilezas. Por ejemplo, ¿qué imprevisibles consecuencias puede acarrearnos el acto pretencioso de reducir un instante de la vida de alguien a lo que en el leguaje de la técnica fotográfica fríamente se conoce como «imagen latente»? ¿En qué afecta este fugaz acontecimiento al sujeto fotografiado, al autor de la fotografía y hasta al posterior lector de la misma? Sabemos que nunca nada va a seguir siendo igual después de una palabra o de un acto, por imperceptibles que estos sean.
Es bueno no pasar por encima de lo mínimo, debería ser una norma, algo que se fuera enseñando a los niños en las escuelas. Lo mínimo, lo sutil, lo trivial pueden ser como la sal para la ensalada o para una sabrosa rebanada de pan con mantequilla. Aquí me viene a la mente la divertida anécdota de «las bragas de seda», muy conocida en el mundo de la publicidad. Cuentan que, al finalizar la realización de un catálogo de abrigos de visón que se había fotografiado entre hielos, en el norte de Escandinavia, la productora presentó al cliente una relación de gastos extra entre los que figuraban no sé cuantos pares de bragas de seda. El cliente les llamó la atención ante lo chocante del cargo: ‘¿Para qué bragas de seda si no aparecen por ningún lado?’ La respuesta del realizador fue muy clara: ‘Cierto, no se ven, pero se sienten’.
Lo imperceptible, lo sutil, su trascendencia sobre el día a día en cada uno de nosotros. Por cierto, a propósito de ello y volviendo al argot fotográfico, con eso de los píxeles, olvidados ya los haluros de plata y otras zarandajas analógicas, ahora que llamamos ruido a lo que toda la vida conocimos como el grano de la película o rango dinámico a lo que siempre había sido latitud de exposición, ¿será correcto seguir hablando de imagen latente? Quizá me cuestiono algo del todo intrascendente y debería aprovechar el tiempo que me queda en temas de más enjundia. Pero, insisto, ¿son imágenes latentes las que se almacenan en esta minúscula pastilla, compacta, fría y de apariencia inexpugnable, que es una tarjeta digital?
Volvamos al principio, al magnetismo de los espejos y su proyección mágica, este ‘autorretrato con modelo reflejada’ con que ilustro estas líneas fue realizado en el transcurso de un dilatado proyecto personal, peripatético y no concluido. Vemos que la cámara mantiene el anonimato del autor, o quizá es el autor quien se oculta tras la cámara. Esta sutileza denota el pudor del realizador de imágenes por aparecer en ellas.
Insignificantes contradicciones de lo cotidiano.
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El valor de la autenticidad en la era de la IA

