Diario de Mallorca

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Este diario dio anteayer, en su edición digital al menos, la noticia de que por Mallorca (y por otros lugares tanto de España como de Europa, por supuesto) circula ya una variante del coronavirus a la que se ha dado el nombre de «ómicron sigilosa». El adjetivo responde a que es más difícil de detectar pero hoy por hoy la detección y el sigilo se han convertido en material que tira más a lo literario que a las estadísticas.

Desde que se dispone de tests de antígenos en las farmacias, cualquiera puede hacerse una prueba para saber si se ha contagiado pero la cantidad de falsos negativos y falsos positivos es lo bastante grande como para albergar dudas serias acerca de los resultados. Si añadimos que no hay garantía alguna de que el uso que se hace del test es el adecuado, comenzamos a quedar atrapados en el terreno de la especulación.

Pero lo más curioso de todo es que, a juzgar por los comentarios sobre el uso de antígenos, no hay ningún mecanismo que garantice que los positivos que los ciudadanos detectan en su casa se comuniquen a las autoridades sanitarias para que puedan ser contabilizados de forma oficial. Semejante cadena de incertidumbres lleva a que suceda lo que sucede: que las cifras bailan de una comunidad a otra, de un colectivo a otro y hasta de un día al día siguiente.

Convengamos, pues, en que las cifras de contagios que se manejan son poco representativas de la situación real. Quizá el deseo de ocultar la magnitud del desastre fuese una tentación al principio, cuando las autoridades sanitarias y no sanitarias ignoraban qué medidas tomar. Los ciudadanos, desde un principio, estuvimos lo bastante asustados como para que cuando se desencadenó la pandemia —bueno, cuando se supo que existía— se tomasen precauciones que dos años después se nos antojan absurdas, como el lavar con agua y lejía todo lo que traíamos del colmado. Pero ahora que nos hemos acostumbrado a la covid-19 hasta el extremo de que las cifras diarias de fallecidos las leemos como los resultados de la liga de fútbol francesa —por encima— no habría razón alguna para minimizar el número de contagios. Damos por buena y casi por trivial la noticia de que haya entre 100 y 300 muertos todos los días —382 anteayer—, cuando sería un escándalo que semejante cantidad de víctimas se debiese a accidentes de tráfico. Está claro que las consecuencias de la pandemia han dejado de ser motivo de gran alarma.

El sigilo, pues, se aplica ya a cualquier situación relacionada con la covid-19. También decía este diario ayer que los profesores y los alumnos se contagian menos en el archipiélago que el resto de la población. Quizá sí y quizá no. A estas alturas, menos que de números, estamos hablando de variantes y actitudes cada vez más sigilosas.

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