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El mural de la fachada del hotel Artmadams que debe eliminarse. B. Ramon

Hace aproximadamente un año publiqué en Diario de Mallorca un artículo titulado ‘Palma, la ciudad de los grafiteros’, en el que intentaba exponer la diferencia entre arte urbano y el mugriento embadurnamiento representado por un grafitísmo vulgar, obra de ignorantes pintamonas cuyo fin último es dejar una ciudad enguarrinada. Este es el caso de Palma. Por contra y afortunadamente, existen otras ciudades que permiten pinturas murales realizadas por artistas pintores que pueden considerarse obras de arte que enriquecen y alegran la ciudad. Citaba, en aquel artículo, algunos ejemplos de capitales, París, Nueva York, Berlín o Bonn en las que, si se ha creado valor, no solo se permiten algunas muestras de arte callejero, sino que incluso se protegen. En Carlottemburg se ha validado una pintura sobre un paramento lateral de una casa de viviendas, un enorme mural, hoy pintura catalogada que representa la formidable proa de un barco. En Bonn, donde sobre una pared de un edificio esta pintada, de forma extraordinaria la cara de Beethoven, posiblemente en el lugar en el que nació el compositor. Esto son ejemplos del autentico arte urbano, arte urbano que aparece ya en la antigüedad griega y romana con dibujos e inscripciones en las paredes de edificios, grabadas con estiletes -scariphusen-. Solían ser de carácter satírico. Muchas de ellas aún se conservan.

En tiempos recientes surge un nuevo «grafitismo» en París con motivo de las revueltas de «mayo del 68» en las que se popularizo aquella simpática frase «prohibido prohibir». En Nueva York, por influencia del «mayo del 68» francés, apareció una subcultura callejera llamada «Hip-hop» en barrios como el Bronx o Harlem como un acto de rebeldía por el ambiente en que se vivía, por una existencia tan distinta a la que se disfrutaba en Manhattan. Al mismo tiempo aparecieron manifestaciones musicales que tanto éxito tuvieron, «el rap» y la danza del «breaking». Estos movimientos se popularizaron y arraigó con fuerza lo que se llamó «Street-art». Todo esto nada tiene que ver con la inmundicia que ha invadido la ciudad de Palma en la que no se respeta ningún edificio, -aunque esté protegido con cualquier categoría- en los que se hacen garabatos de forma destructora sin que nadie en el Ayuntamiento se preocupe de impedirlo, ni la policía municipal ni sus autoridades. Por supuesto nadie se ocupa de borrar. Tampoco se interesa nadie en la dirección de carreteras cuyas barreras protectoras producen aversión, una auténtica vergüenza. Esta porquería está siendo ignorada, tolerada o permitida por quienes rigen los intereses públicos de Mallorca.

Sin embargo se ha podido seguir por la prensa una «guerra» entre la propiedad del Hotel Artmadams y el ayuntamiento de Palma por una intervención artística en los paramentos de la fachada del edificio situado en la calle Marqués de la Sénia, construcción que carece de interés arquitectónico, que ha sufrido varias modificaciones y ampliaciones y situado en un barrio periférico, Son Armadams. Este edificio ha sido pintado en su integridad por un artista que se ha empeñado en dar alegría al edificio y al barrio y en mi opinión, creo que lo ha logrado, tanto por su originalidad como por su ameno colorido. Sin embargo, los responsables municipales se han empeñado en hacer desaparecer este espacio artístico con argumentos tan poco sólidos como que no tiene autorización de la Comisión del Centro histórico… Ante esto cabe preguntarse, ¿hasta dónde se extiende el ámbito de Centro Histórico?, ¿tiene acaso un perímetro elástico? ¿Llega hasta el Amanecer?, ¿La Soledat? ¿Son Gotleu? ¿Es Viver? ¿Son Armadams? Si fuese así, habría que exigir responsabilidades por el descuido, abandono y suciedad de la mayor parte de estos barrios. Señores del Ayuntamiento, dejen en paz ese hotelito que en este caso ha sido pintado por encargo de la propiedad, no agrede a ninguna otra edificación, alegra al vecindario y transeúntes. Ocúpense de urgencias mayores, como por ejemplo poner policías en la calle para proteger al ciudadano y no solo para poner multas, limpiar todo el casco antiguo de grafitis en propiedades ajenas que sufren el vandalismo de esos incívicos, con la pasividad cómplice de la policía y de sus autoridades responsables.

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