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Luis Sánchez Merlo

La carpa de Vic

La negación de la lengua española en la independentista localidad catalana

Ilustración. Pablo García

Amedio camino entre el mar y los Pirineos, en la provincia de Barcelona, Vic, una bonita localidad conocida por sus persistentes nieblas, se ha convertido en el epicentro del procesismo más combativo, como una de las plazas fuertes del independentismo en la Cataluña profunda.

Con 47.000 habitantes y una Plaza Mayor cubierta de tierra, galerías porticadas con techos de gran altura concebidos para facilitar el paso de jinetes a caballo, es sede episcopal y ciudad -de nacimiento- del pintor José María Sert, -de estudios- del filósofo Jaime Balmes y Jacinto Verdaguer, y -de reposo- ocasional para Antonio Gaudí.

Cuenta con Museo Episcopal, templo romano, mercado medieval y quizá el mejor salchichón artesanal del mundo, gracias a la calidad cárnica de los cerdos de la zona y al proceso de secado natural que le da un bouquet distintivo.

Los vicenses alardean de una autoestima inocultable: «Vic siempre ha sido mucho Vic», «Los vicenses somos de hocico fuerte», «En Vic cojones y ovarios, ¡¡sí señor!!».

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El 17 de septiembre de 2012, una moción del Ayuntamiento declaró al municipio «territorio catalán, libre y soberano». Diez años después, la alcaldesa, que preside un consistorio con abundante presencia independentista (20 de 21), ha prohibido la instalación de una carpa informativa -10 metros cuadrados, una mesa plegable y dos sillas bajo un toldo- con tres voluntarios repartiendo folletos.

La denegación se ampara en una ordenanza municipal que prohíbe «actividades contrarias a la moral, a las buenas costumbres ciudadanas o al orden público». Lo que infiere que la decisión trataría de impedir el «cumplimiento de un derecho».

Acaso, poner un tenderete en defensa de un derecho constitucional, para informar de una decisión del Tribunal Supremo ¿puede alterar el orden público o ser contrario a la moral?

La iniciativa emana de una plataforma cívica, Escuela de Todos, para reclamar la aplicación de la reciente - 2020- resolución del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) que exige que, si hay padres de alumnos que así lo demanden, por lo menos, un 25% de las asignaturas se impartan en castellano.

Secundada por 12 entidades: Asamblea por una Escuela Bilingüe, ¡S’ha Acabat!, Societat Civil Catalana, Asociación por la Tolerancia, Aixeca’t, Ampas Paralelas, CLAC, Cataluña por España, Impulso Ciudadano, Profesores por el Bilingüismo, Plataforma Silenciosa y Segadors del Maresme, el propósito de la plataforma es informar -de 10:00 a 14:00- a la ciudadanía sobre la sentencia y ofrecer a los padres acompañamiento en el proceso de solicitud.

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Frente al explícito propósito de los defensores del bilingüismo: «Nosotros somos catalanes, no estamos en contra del catalán, queremos que se aprenda el catalán, también el castellano», la retahíla municipal trae reminiscencias de otro tiempo, cuando se prohibía el catalán y un ministro trataba de impedir ingenios democráticos, al grito de: «La calle es mía».

La polémica ha desatado la enésima tormenta política. Los constitucionalistas lo consideran un «veto arbitrario y parcial» y el independentismo radical ha justificado la decisión, que ve amparada en una «lucha de carácter moral». La discusión ha subido de tono, a partir del tuit de un diputado, defensor de la normativa municipal, al zanjar, en medio del regocijo procesista, «¡así se combate!».

Ilustración. Pablo García

Quizá se haya querido referir a la refriega judicial que se pueda derivar de la impugnación de una resolución administrativa (art. 404 Código Penal) y un delito cometido con ocasión del ejercicio de los derechos fundamentales (art. 514.4 del CP).

El incumplimiento de la sentencia ya ha tenido consecuencias. El director de un instituto público de Manresa ha sido el primero en negarse a acatar la orden judicial, amparándose en «instrucciones de la Generalitat». Los padres han registrado una demanda de ejecución de sentencia ante la Sala de lo Contencioso-Administrativo del TSJC.

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La ofuscación nacionalista, en su apuesta, sin matices, por la independencia, lleva a Vic a atesorar un repertorio iterativo, al más puro estilo orwelliano.

La demora de 18 años para la colocación de una placa en homenaje a las víctimas del atentado a la casa cuartel de la Guardia Civil en 1991, cuando un coche bomba de la banda terrorista dejó 10 muertos (5 de ellos niños) y 40 heridos, la mayoría de ellos civiles.

En uno de los momentos críticos del procés, cada día en horas vespertinas, el Ayuntamiento puso en marcha un ingenio, en apoyo a los políticos en prisión preventiva o huidos, instando a los vecinos a: «No normalizar la situación de excepcionalidad y emergencia nacional, recordar que hay presos políticos y exiliados y no desviarse de nuestro objetivo: la independencia de Cataluña».

El recurso en las arengas a las campanas y la megafonía traía a colación las llamadas a la «oración», que se difunden desde algunas mezquitas en países árabes.

La alcaldesa tuvo su minuto de gloria, en sede parlamentaria, al referirse al «aspecto físico diferente de los catalanes autóctonos, a los que hay que concienciar de que hay gente nacida fuera que, por su aspecto físico o por su nombre, no parece catalana». ¿Quería decir, en pocas palabras, que no se hable en castellano a quien no parezca catalán?

Pensando en las jóvenes generaciones, es importante que el catalán sea la lengua de cohesión y vehicular de un país que no quiere perder su identidad. Y será una lengua más viva y respetada, si es compatible con la consideración debida a otras lenguas, como el español y el inglés.

Prohibir carpas, quemar libros, señalar al vecino o romper cristales ya sabemos cómo se llama y los resultados que ha dejado. En definitiva, asunto complejo y delicado que exige -además del respeto mutuo- equilibrio, paz y tolerancia.

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Cristófol / Cristóbal Despuig, escritor en lengua catalana y humanista español, en Los coloquios de la insigne ciudad de Tortosa (1557) escribió: «Y no digo que la castellana no sea gentil lengua y por tanto tenida, y también confieso que es necesario saberla las personas principales, porque es la española que en toda Europa se conoce (...)».

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