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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Las amistades del Emérito

Nada debería ya sorprendernos del monarca emérito. Por ejemplo, la noticia revelada por El País según la cual un traficante de armas es uno de sus asiduos en su residencia de Abu Dabi. Interpol ha pedido la detención de ese mercader de la muerte amigo sobre el que, según fuentes judiciales consultadas por el periódico, pesan dos órdenes de busca y captura internacional. El traficante, un hispanolibanés llamado Abdul Rahman El Assir, desapareció en 2018 después de que un juzgado madrileño le hubiera convocado para juzgarle por un millonario fraude a Hacienda.

Tan poco presentable individuo está perseguido también en Francia, donde fue ya condenado en rebeldía por un escándalo de corrupción y venta de armas en Pakistán.

La Justicia francesa busca su extradición por un delito financiero mientras que en la vecina Suiza debe supuestamente 2,2 millones en impuestos. Como nuestro Emérito, El Assir ha escogido como refugio un país, los Emiratos Árabes Unidos, que la propia Agencia Antidroga de EE UU considera un paraíso para delincuentes y traficantes internacionales y en cuya capital, decía el periódico, ese comerciante amigo se mueve con total libertad. Se ha escrito que Don Juan Carlos no escogió los Emiratos para escapar a la acción de la Justicia española por sus problemas con Hacienda y que volvería a España inmediatamente si era requerido a ello. Es en cualquier caso más que dudoso que el ex monarca vaya a tener que responder un día ante nuestra Justicia, amparado como está por su inmunidad como anterior jefe de Estado y aunque algunos de los supuestos delitos fiscales que se investigan correspondan al periodo posterior a su abdicación. Pero al menos debería Don Juan Carlos cuidar en la situación en la que está sus amistades, aunque tal vez ya sea demasiado tarde para ello. Hay vicios de los que es difícil deshacerse en la vejez.

No hemos tenido suerte los españoles con nuestros reyes: basta repasar la historia de los dos últimos siglos. Don Juan Carlos ha estado rodeado toda su vida de millonarios aduladores, de gente que le reía sus gracias, atendía sus caprichos y ocultaba sus devaneos. Los viejos partidos optaron por mirar para otro lado mientras los medios de comunicación, aunque conocedores de esos escarceos sus más que dudosas amistades, no hicieron su trabajo, tal vez por miedo a poner en peligro la todavía frágil institución.

Se hablaba siempre de su amistad con unas monarquías que no respetan los derechos humanos, pero se justificaba su trato con ellas porque le permitía hacer de intermediario en beneficio de nuestras empresas. Y del suyo propio, por lo que hoy sabemos de sus supuestas comisiones.

Dicen que su hijo y actual monarca, Don Felipe, ha mostrado hasta ahora un carácter intachable, y nuestros medios se encienden en elogios de su persona como antes hicieron con Don Juan Carlos.

Pero seguimos sin una Ley de la Corona que establezca con el máximo rigor y límite al mismo tiempo el alcance de la inmunidad de quien ocupa el trono a las acciones que tengan que ver exclusivamente con el desempeño de esa función.

Parece que se espera a que sea la propia Casa Real quien tome la iniciativa, pero no es algo que pueda dejarse una vez más para las calendas griegas. A algunos parece olvidárseles que, aunque con Corona, estamos en una democracia parlamentaria.

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