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Bernat Jofre

Cuando el problema es la demanda

Epítomes del clima de confrontación nacional podrían haber sido las declaraciones -y sus no finitas consecuencias - sobre la calidad del sector cárnico español del ministro de Consumo, Alberto Garzón. Quien, dicho sea de paso, no dijo nada nuevo: la carne animal elaborada en una macrogranja suele ser de inferior calidad a la de una explotación agraria extensiva tradicional. No pocas chanzas se han oído. Desde las llenas de desprecio -provenientes del sector ganadero y obviamente de la oposición conservadora - hasta las más filosóficas, leídas en medios de comunicación nada proclives al líder del Partido Popular, Pablo Casado. Aseguraban algunos articulistas de opinión que para este viaje, no hacían falta alforjas. Quizá una Secretaría de Estado hubiera bastado lo que se está cocinando desde el ministerio de Consumo.

Dejando descalificaciones políticas y preguntas al aire, lo que llama poderosamente la atención es la ausencia de perspectiva que ambos contendientes utilizan en sus razonamientos. Y es que si somos puristas, ambos lados tienen razón en defender unos legítimos derechos con los argumentos aducidos hasta ahora. Ahora bien, con algunos matices: unos ocultan el hecho de que si la agricultura, ganadería, piscicultura e incluso silvicultura se han convertido en actividades industriales es porque hay un mercado que así lo exige. A la par de que la patronal ganadera podría estar tapando que esa demanda se cimienta en una explotación desigual del agro. En precios de coste realmente bajos.

Conseguidos, de entrada, en una mano de obra cada vez más menguante: una engordadora de alrededor de 3.000 gorrinos - información adicional: no es un número muy grande - no necesitará más allá de cinco trabajadores. Eso, si el gestor quiere hacer las cosas bien hechas. Si no, con tres asalariados a jornada completa y dos a media, puede ir tirando. De la misma manera que una explotación avícola de 10.000 ponedoras, la domótica puede reducir la masa salarial hasta las tres nóminas. Cuando hace veinte años se podrían llegar hasta diez. Por ello, hablar de «creación de empleo» gracias a las grandes empresas agropecuarias es más que discutible.

Si se está produciendo más salmón en cautiverio que nunca, a la par que ingentes cantidades de carne de cerdo, res o gallina es porque la demanda existe

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Pero en todo el caso, lo que más sorprende es que ni uno ni otro bando hayan ido a la verdadera raíz de la cuestión: el último responsable de las macrogranjas no es el avaricioso empresario cárnico español, tal como se ha querido proyectar a la opinión pública. Quien puede tener gran parte de responsabilidad en esta historia es el género humano en conjunto, que es muy diferente. Si uno va al Museo Nobel de Estocolmo, lo entenderá muy bien: en 1920, la Tierra tenía unos 1.000 millones de habitantes. Cien años después, acabamos de superar los 8.000 millones. Es en este aumento sin sentido de la carga demográfica mundial donde deberíamos poner el acento. Si se está produciendo más salmón en cautiverio que nunca, a la par que ingentes cantidades de carne de cerdo, res o gallina es porque la demanda existe. La solución es muy compleja, pues una imaginaria castración generacional condenaría el crecimiento económico planetario durante años. La demanda caería a medio plazo, y muchas compañías deberían cerrar o fusionarse con otras. Quizás el equilibrio poblacional no interese tanto a los mercados como a los científicos. Lo que sí parece evidente es que culpar del agujero de la capa de ozono a las ventosidades animales es, como mínimo, opinable: parece que las humanas son inofensivas al respecto. Cuando no lo son en absoluto, créanme.

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