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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Los clásicos nunca mueren

‘Dune’, la película, un ejemplo de la tendencia actual. No solo cinematográfica, también cultural, política, comunicativa o de consumo. Vestuarios imponentes, puestas en escena impactantes, mucha forma y poco fondo

Leí Dune, de Frank Herbert, cuando tenía veintitantos. Lo recuerdo porque algunos amigos me dijeron que ya era mayorcita para ese tipo de lecturas. Años antes, el profesor de Filosofía nos llevó a la sala de proyecciones del colegio para ver 2001, Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick. Ese primate golpeando huesos, esa mezcla de furia y música de Strauss era todo lo que necesitaba mi cuerpo de adolescente en ebullición. Imagino que nuestro maestro trató de transmitirnos cultura e inquietud a través del cine, pero no lo logró y los alumnos nos dedicamos a enviarnos notitas durante todo el resto de metraje. En realidad, pienso que no éramos lo suficientemente maduros como para captar el mensaje de Kubrick. Un compañero de este periódico me prestó el libro de Arthur C. Clarke asegurándome que disfrutaría más de la historia si la leía. Así fue. No solo la disfruté, también la entendí. Creo. Comprender con facilidad el género de ciencia ficción debe ser una competencia que se aloja en el mismo lugar del cerebro en donde está el entendimiento de las Matemáticas o la orientación espacial. Las tres habilidades me cuestan.

La realidad es que me gustan las historias con guiones comprensibles, argumentos identificables y personajes reconocibles. Disfruto observando las emociones, desgranando los conflictos o imaginando posibles resoluciones. Pocas cosas me hacen tan feliz como sentirme enganchada a un libro o a una película. Y los autores, guionistas y directores que son capaces de crear universos atrayentes y de hilvanar sentimientos creíbles, sean o no del género de ciencia ficción, merecen todo mi reconocimiento y admiración. No sé si Dune, la novela, me gustó. Supongo que pasó desapercibida porque no lo recuerdo. Lo que sí sé es que la última versión fílmica de Dune, la dirigida por Denis Villeneuve, no lo ha hecho. Es más, creo que es un claro ejemplo de ese estilo de producto actual que lo único que pretende es convertirse en un fenómeno de masas, a través de mucho artificio y poca consistencia. En realidad, lamento que éste es el cine y la cultura que se imponen y con los que crecen nuevas generaciones. Para compensar esa moda, hay que ver a Billy Wilder.

Creo que las películas buenas de verdad facilitan la comprensión de la historia, de quiénes son unos y otros, por qué luchan los personajes y qué les mueve a ponerse en acción. Obviar que eso es importante para el espectador y tratar de compensarlo con grandes efectos especiales, grandilocuencias y luminotecnia es tildarnos de estúpidos. Después de verla me pregunté si Dune no es solo un ejemplo más de las nuevas tendencias. No solo culturales, también políticas, comunicativas, de mercadotecnia o de consumo. Vestuarios imponentes, puestas en escena impactantes, mucha forma y poco fondo. Mucho espectáculo y poca chicha. Reclaman la atención a través de figuras conocidas (Zendaya es un gran señuelo para el público joven), que aportan muy poco en términos cualitativos. Mucha inversión promocional que busca sentarnos delante de la pantalla, ¿para qué? Para tenernos varias horas enganchados y, cuando crees que va a suceder algo, fin. A esperar la segunda parte. Estamos demasiado habituados al mucho ruido y pocas nueces. Mucho ruido y pocas nueces. Gran libro y gran película, por cierto. Todo un clásico.

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