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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Los hermanos de La Salle no quieren investigar sus casos de pederastia

Desobedecen al Vaticano, desoyen los llamamientos del Papa, el nefando pecado de la pederastia no conmueve a los Hermanos de las Escuelas Cristianas

Ilustración.

Es conocido que los obispos españoles, salvo las todavía contadas excepciones alineadas con el papa Francisco, se oponen a investigar la pederastia, abusos a menores, acomodada durante décadas en sus diócesis. El obispo Argüello, prelado del Opus Dei, portavoz de la Conferencia Episcopal, blandió el repelente argumento de que en otros ámbitos de la sociedad se dan más casos; que los que atañen a la Iglesia católica porcentualmente son casi insignificantes. Acrisolado cinismo arraigado a lo largo de centurias en sus eminencias. Ahora sucede que también los Hermanos de La Salle, al contrario que otras órdenes religiosas, se cierran en banda: no quieren indagar. En respuesta a El País, que está desarbolando con sus informaciones las defensas clericales, sentencian: «creemos que no es apropiado abrir una investigación interna sobre estas acusaciones». Añaden, en nauseabundo alarde de cinismo, que «no tenemos autoridad para ello», remachando, en afirmación casi sádica, que «estamos abiertos a acoger a las víctimas y darles nuestro apoyo». Los que padecieron abusos, atenazados por el llamado Síndrome de Estocolmo, han de ser acogidos por los colegas de los pederastas. La Congregación precisa que si rastrea un caso, lo verifica, y si comprueba que es cierto se lo pasa «a la autoridad civil competente». Los jueces lo archivan al estar prescrito.

Cuando dejaba atrás la niñez, a punto de iniciar la adolescencia (11 años), cursé el primero de Bachillerato de entonces en el colegio La Salle de Palma, ubicado en el edificio de las avenidas donde hoy están los juzgados. Tuve de profesor a un hermano, persona afable, que no nos pegaba nunca, al contrario que los hermanos prefectos y la mayoría de hermanos subalternos, acostumbrados a arrear hostias o darnos con la regla en la punta de los dedos sin venir a cuento; era hombre de veintitantos pacífico, comprensivo. Sus clases acostumbraban a ser un remanso de tranquilidad. No nos hacía estar en tensión. Recuerdo su nombre. No lo voy a decir; llegué a la seguro que equivocada conclusión de que fue otra víctima de insano ambiente que allí se respiraba. Era un pedófilo. Lo cierto es que, en ocasiones, a algunos, nos llamaba al último piso y procedía, tras regalarnos un vale para la «procura», a restregarse con nuestro cuerpo. Se le notaba no poco la erección. No me produjo ningún trauma. Al entender, poco después, lo que sucedía quedé sorprendido. Con los años el resultado fue que se me sedimentara un saludable e higiénico anticlericalismo. Al hermano en cuestión supe que de un día para otro lo pasaportaron al norte de España. No sé qué pudo suceder. Lo imagino. Deseo, a pesar de lo ocurrido, que fuera capaz de zafarse de su pedofilia, que haya llevado una vida afectiva estable en lo posible.

El mío es caso presuntamente leve, que nunca conté a mis padres. No le di importancia ni cuando sucedió y tampoco más tarde. Guardaba, qué contrasentido, buen recuerdo del hermano. Mucho mejor que de quienes nos atizaban con saña. Al leer que La Salle se inhibe ante los abusos he rememorado lo sucedido. El sexo ha hecho estragos en el seno de la Iglesia. El absurdo celibato obligatorio. La pederastia ha campado a sus anchas. Ha tenido a mano a los menores a los que se confió su educación. Lo que aflora es la superficie. El papa Francisco intenta poner coto, destapar lo que llevó a la dimisión, entre otras causas, a su predecesor, el alemán Ratzinger, Benedicto XVI, incapaz de pechar con las revelaciones que se sucedían. Se recuerda, para bochorno de la Iglesia, que lo ha elevado a los altares, al papa polaco Wojtyla, Juan Pablo II, negándose a que el cura pederasta, abusador, cargado de hijos, Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, fuera investigado. Tuvo que morir después de protagonizar el más largo pontificado de la historia de la Iglesia para que Maciel, felizmente fuera de este mundo, fuera execrado. La foto en la que se le ve posando las manos sobre su cabeza es la imagen de la infamia. La Salle discurre por tales cauces.

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