En ocasiones se rompe la tendencia a hablar bien de los ausentes. Tras su marcha, a María Almudena Grandes Hernández quizás se le pueda reprochar el no haber previsto aumentar el stock de libros publicados, desabasteciendo con ello a muchos de sus lectores.

En una reciente entrevista, un oficiante de lo público que parecía estar muy cómodo, confundiendo el ‘yo’ con el cargo, no habló de la escasez de ejemplares en las librerías. Más bien desacreditó a la insustituible novelista.

La obligación del asalariado de Almudena (condición del político que unía palabras), hasta su fallecimiento, era otra. En definitiva, se trató del colofón a su línea de actuación desde el 27 de noviembre de 2021.

Ante la anhelada tesitura, en la que le había puesto «el que le preguntaba», tenía varias posibilidades. La más loable hubiera sido reconocer los sobrados méritos culturales de la escritora. Escurrir el bulto, con indiferencia siempre dañina, hubiera sido una opción intermedia, pero el personaje eligió la peor; la descalificación. Resultó tan innecesario que, hasta ha hecho reverdecer y cuestionar la normalización social en la que nos tienen sumidos nuestros empleados y el clamor ha sido unánime.

Personalmente, al ver y escuchar la entrevista me tuve que sentar. Descolocado, no conseguía entender cómo el tufo que desprendía atravesara la pantalla y recorriera los 700 kilómetros de distancia que nos separaban.

Difícil entender, por qué generar gratuitamente tanto dolor e indignación. Sin embargo, Almudena lo debió prever y como sabía que no se podría defender personalmente, dejó en un formato conocido como libro, no en Twitter, su respuesta escrita:

«como suelen ser incultos los hombres ricos y poderosos, no porque no sepan muchas cosas, sino porque se comportan como si todo lo que ignoran no existiera, como si no sirviera para nada, como si careciera completamente de importancia»

‘El Corazón helado’

«un trapo sucio que apenas se podía lavar en el fregadero de la propia conciencia»

‘Inés y la alegría’

«Todo lo que pensaba o hacía, revelaba la inexpugnable seguridad en sí misma(o) de quien no solo no duda de llevar siempre razón, sino que carece además, no ya de respeto, sino hasta curiosidad por las opiniones de los demás, que nunca le parecerán dignas de llamarse razones»

‘Inés y la alegría’

Da la impresión de que otra gran Almudena -Cid Tostado- te hubiera subrogado temporalmente su primer apellido para, como el Campeador, ganar batallas incluso fallecida. Tampoco me extrañaría que el ayuntamiento de Granada colocara, en el Paseo de los Tristes a los pies de la Alhambra, una placa a tu memoria.

No te preocupes, Almudena, la Real Academia de la Lengua Española, desde su sede en Madrid, seguro que está estudiando incorporar tu nombre de pila como sinónimo de ‘Predilecta’.