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Mercè  Marrero

La suerte de besar | Hacer deporte

Incorporar la actividad física diaria como tenemos incorporados los hábitos higiénicos. Tarea en la que todos debemos implicarnos: colegios, universidades o empresas. La vida se ve diferente si nos movemos

La suerte de besar | Hacer deporte FREEPIK

Desde que tengo uso de razón, hacer deporte es uno de los clásicos de todos los eneros de todos los años y de todas las décadas. Volver al gimnasio, reciclar el inglés, quitarse los kilos sobrantes (que, por cierto, son acumulativos) o acabar el Ulises, de James Joyce. Nos imponemos propósitos porque es lo que toca. Y no los cumplimos porque no hay nada menos sexy que las imposiciones. Mi opinión es que hay que darle la vuelta a la tortilla.

Todos los que hemos sido fumadores hemos querido dejarlo en algún momento. Muchos fracasamos estrepitosamente varias veces antes de conseguirlo. Un día descubrí que lo que me hacía fallar una y otra vez era sentir sobre mis espaldas la losa del «nunca jamás de los jamases volverás a fumar». Así que, le di la vuelta a la tortilla. «Fuma, si quieres. Nadie te lo prohíbe», pensé. Mi única responsabilidad era decidir si deseaba seguir haciéndolo o no. Hace catorce años que no he vuelto a coger un cigarro. Alegría máxima. En ocasiones, inhalo humos ajenos por placer, pero ya no soy una esclava.

Con el deporte sucede algo parecido. Tengo amigos que jamás encuentran el momento para hacerlo y se lamentan por ello. Lógico. La vida es más bonita si se incorpora en ella la actividad física. Ya sea caminar, ir a correr, bailar, hacer estiramientos, abdominales, subir escaleras o machacarse en una sala de fitness. Todo es válido. Como la mayoría, me he apuntado en algún momento de mi vida a un gimnasio, he arrancado con mucho ímpetu y, al poco, lo he abandonado. Una amiga y yo calculamos que con las cuotas pagadas y no disfrutadas podríamos haber renovado nuestro armario varias temporadas. Todo cambió cuando decidí que, si me apuntaba y no iba durante un tiempo, no pasaba nada. Se acabó eso de flagelarse, frustrarse y claudicar. Lo importante es volver y tener claro que siempre es mejor ir una vez que ninguna. Aunque soy de la opinión de que la actividad física merece incorporarse a nuestra vida diaria como la ducha de la mañana. Pero, para eso, es necesaria una implicación mayor.

Aristóteles y sus seguidores, los peripatéticos, caminaban mientras pensaban, o viceversa. La atención, la concentración y el estado anímico mejoran después de hacer actividad física. Nuestro nivel de serotonina es mayor, se incrementa la plasticidad cerebral y basta un paseo al día para desarrollar la creatividad. De momento, yo evito los antidepresivos a base de moverme mucho. Hay empresas que inculcan la práctica deportiva en sus plantillas. Organizan sesiones antes de ir a trabajar, al mediodía o al finalizar la jornada. El resultado es que los trabajadores son más productivos y las plantillas más cooperativas. El experto en aprendizaje, creatividad e innovación, Ken Robinson, criticaba que todos los sistemas educativos acababan sentando en un pupitre a los más pequeños. Cierto. En infantil, nuestros hijos bailan, se mueven, juegan y corren, pero al empezar primaria los estudiantes se sientan frente un pupitre y ya no se levantan jamás. Si no fuera por las extraescolares, tendríamos muchas cabezas pensantes sobre cuerpos pasivos.

Una pequeña, pequeñísima, revolución: que colegios, universidades, escuelas profesionales, empresas… promuevan la actividad física diaria. Aunque solo sean treinta minutos. Así, podremos dedicar nuestros propósitos de Año Nuevo a mejores menesteres. Como acabar el Ulises, por ejemplo.

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