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Antonio Papell

Pandemia y democracia

El reputado sociólogo político Francis Fukuyama, que ocupa diversos cargos de investigación en la Universidad de Stanford, y Luis Felipe López Calvão, alto cargo del PNUD para América Latina y el Caribe, han enhebrado en un artículo el hilo de un interesante asunto que a medio y largo plazo constituirá tema de abundante debate e investigación: los efectos de la gran pandemia en los distintos países según los diferentes sistemas de gobernanza en cada uno de ellos frente a una crisis de salud pública. El trabajo, titulado Pandemias y desempeño político, publicado en forma de artículo en Project Syndicate, parte de la evidencia, entre otras, de que los países de Asia oriental, como China, Taiwán, Japón o Corea del Sur, han controlado mucho mejor la pandemia que la mayoría de los países de América y Europa.

El trabajo es empírico y ofrece tan solo resultados generales, por lo que en futuras investigaciones habrá que afinar más las características de las tesis que se lanzan. Sin embargo, la aproximación que se lleva acabo al problema es sugestiva y puede resultar instructiva en estos tiempos de búsqueda de caminos para superar el futuro.

Los autores muestran la evidencia de que un mejor o peor enfrentamiento a la pandemia no está relacionado con la diferencia entre los regímenes democráticos y autoritarios. En Asia del este hay países totalitarios y exquisitamente democráticos, como Japón. Tampoco puede esgrimirse exclusivamente el nivel de desarrollo económico o de singular pericia sanitaria porque ha habido casos, como el de Vietnam, en que el resultado ha sido aceptable sin el uno ni la otra.

A la vista de esta situación un tanto paradójica, los autores plantean así la solución: «Entonces, ¿qué hay detrás de la divergencia en los resultados? Si bien la explicación es sin duda compleja, tres factores clave se destacan desde la perspectiva de la gobernanza: la capacidad del Estado, la confianza social y el liderazgo político».

La capacidad del Estado es un requisito deseable, pero no suficiente. El ejemplo más obvio es el de Brasil, probablemente el país con mejor sistema sanitario de Latinoamérica, que sin embargo ha afrontado desastrosamente la pandemia porque en este caso renqueaban los otros dos requisitos: la gobernanza y el liderazgo.

En lo referente a la confianza social, los autores han examinado las dos dimensiones del concepto: confianza de los ciudadanos en sus gobiernos y confianza de los ciudadanos entre sí; en este último aspecto, la falta de confianza en las bases ha derivado en fenómenos de polarización entre grupos que no han contribuido a mitigar la pandemia sino al contrario.

Sobre el tercer factor, el liderazgo político, es claro que la legitimidad de los gobiernos ha sido decisiva a la hora de que las sociedades nacionales acataran las prescripciones de vacunación y terapias, los confinamientos, las medias de seguridad. Y ha habido líderes competentes que han trabajado por el bienestar colectivo, en tanto otros mandatarios han buscado preservar su posición o complacer demagógicamente a los electores.

Sentado lo anterior, podemos dejar abierto el asunto o intentar cerrarlo con un colofón sintetizador: a fin de cuentas, la preexistencia de un estado eficaz de suficiente tamaño, la existencia de suficientes dosis de confianza social y la conducción de todo ello por un liderazgo que goce de consenso y disfrute de credibilidad, equivalen en conjunto a la definición de una democracia de calidad, con un buen sistema representativo, un pacto social sólido y bien entrenado, y un sector público bien diseñado que sea realmente capaz de combatir los retos ordinarios y de reaccionar con agilidad y prontitud ante los desafíos extraordinarios, como ha sucedido con la pandemia.

En nuestro caso, el sistema sanitario, que había sido modélico, estaba en 2019 muy debilitado por la gravísima crisis 2008-2014, que había obligado a adelgazar el Estado. Así, es claro que si hubiéramos tenido mayor previsión en el pasado, probablemente hubiésemos encarado la pandemia con más eficacia en las primeras fases, que fueron dramáticas y generaron una gran mortandad.

En cuanto a la confianza social, es bastante evidente que, pese a la intensidad del disenso político en el Parlamento entre las distintas formaciones, existe un sólido consenso constitucional que otorga legitimidad a las instituciones, gobierno incluido. En consecuencia, la sociedad española ha acatado civilizadamente las recomendaciones, lo que no ha impedido un trágico desarrollo de la enfermedad pero ha evitado males mayores.

En cuanto a la capacidad de liderazgo, habrá como es lógico división de opiniones, y por supuesto este es uno de los casos en que queda de manifiesto que los problemas no tienen una única solución posible. Y la realidad es que, pese a la inexperiencia en coaliciones que teníamos en este país, el gobierno ha funcionado como una máquina bien engrasada, capaz de coordinarse con las comunidades autónomas y con Europa y de organizar un sistema de vacunación modélico, que al cabo ha sido el que ha reducido la crisis a magnitudes limitadas.

En el terreno sanitario, hay todavía grandes lagunas, pero todo indica que la recuperación económica está bien orientada, y de hecho estamos creciendo deprisa y alcanzando niveles de empleo prepandemia cuando aún resta un cúmulo de recursos disponibles por invertir. Las profecías son inútiles, pero ya caben las valoraciones de lo sucedido, que habrán de servir de pauta para los retos futuros.

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