Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Tal vez, un rescoldo (I)

Desde mi rincón, muy arrinconado, mientras la neblina invade la bahía y el índice de humedad se lanza hasta la Tramontana, me pregunto por los meses pasados y por los que vendrán. Seguramente como todos los lectores/as. La memoria se oscurece entre estertores de esperanza y los futuros se ensanchan hasta hacer crack inesperadamente. La verdad es que asumir la urgencia periodística de escribir sobre tal memoria y no menos sobre el necesario futuro, la verdad es que se convierte en una urgencia cansina tras tantos años de hacerlo. Además, si Uds se toman el trabajo de releer los artículos de Jorge Dezcallar del 26 de diciembre todavía caliente y el de Ramón Aguiló del inmediato 31 del mismo mes, uno sobre la realidad internacional que nos espera y el otro echando una ojeada muy crítica sobre el futuro español, si los leen se hace casi inútil añadir algo realmente sustancioso y que valga la pena. Por lo tanto, dejaré de lado insistir sobre todas esas cuestiones concretas y objetivas tratadas por mis dos compañeros de Opinión, para intentar una aproximación estrictamente ética a la obligada memoria y al proceloso futuro. De tal manera que los tres textos les sirvan para enfrentarse al momento con el necesario sosiego conceptual, que en la actualidad conlleva una turbación importante.

2021 ha sido un año estrictamente inhumano. Sobre todo porque mientras los países ricos inyectaban vacunas a ritmo casi afrodisíaco, el resto del mundo ofrecía sus brazos a la nada. Nosotros moríamos, pero ellos eran salpicados por la guadaña más infecta, absolutamente impotentes. Que en este contexto las empresas farmacéuticas contemplaran lo que sucedía con una parsimonia dineristica a ultranza, es un signo de que, una vez más, el que tiene puede y el que no tiene puede nada. Ni solidaridad ni cuentos chinos porque una vez más se había impuesto el fantasma atroz de nuestro tiempo: la desigualdad. La dominante vacuna nos ha recordado una vez más que nosotros somos unos privilegiados mientras otros mueren en el más absoluto olvido. A tiro de pocas horas de avión. Son países pobres y nosotros somos países ricos. La situación africana y latinoamericana es lacerante. Que Rusia y China miren hacia otro lado, puede entenderse, pero que Norteamérica y la UE también lo hagan solamente tiene un nombre: inhumanidad. Así acaba 2021 y arrancaba 2022. La desigualdad rampante.

Mientras tanto lo inhumano se desangraba por otras dos heridas no menos dolorosas: el abuso de menores y el asesinato de mujeres en todo el mundo y de formas diferentes pero siempre lacerantes. La Iglesia quiere enfrentar sus responsabilidades… pero algunos escurren el bulto, y la sociedad ha decidido evitar los cuestionamientos familiares a la hora de buscar culpables. Se necesita una invasión de eticidad global para enfrentarse a estas lacras, que para los creyentes, además, insultan al mismo Dios, como ha dicho Francisco, tantas veces denostado por los puritanos y bienpensantes. Pero también es cierto que cierto olor a «cazadores de forajidos» como se ha esparcido en determinados ambientes mediáticos, tampoco ayuda a trabajar en profundidad. ¿Por qué suceden estas cosas una y otra vez? ¿Cuáles son sus causas objetivas y últimas? O las instituciones toman medidas urgentes y casi siempre dolorosas, o no hay remedio ni para menores ni para mujeres. Se trata de una pandemia más oculta que la del covid pero no menos agresiva y permanente. No en vano, el covid es un bicho biológico mientras que los ejecutores de menores y de mujeres son seres humanos. Otra lección de soberana inhumanidad. Y hasta de cierta desigualdad en los derechos. Nunca demos por zanjadas estas intolerables miserias.

A la vez que todo lo anterior sucedía, la precariedad impuesta por la pandemia ha incrementado el número de pobres, de marginados, de vulnerables, de tal forma que el golpetazo a las clases medias ha sido tremendo, como lo demuestran esas colas del hambre, en general a cargo de hombres y de mujeres hasta hace poco con ayudas suficientes. Y un detalle relevante para nuestros gobernantes: casi todos los lugares de provisiones para los desheredados de la fortuna, están en manos de grupos privados de diferentes puntos de vista. Pero todos solidarios hasta el tuétano, con específica presencia de jubilados, conscientes, por su experiencia histórica, del valor humano del sufrimiento. Palma no es una excepción en este desagradable asunto.

Si estas tres cuestiones de amplias repercusiones éticas no fueran suficientes, el espectáculo sociopolítico ha sido y sigue siendo imperdonable. Pienso que escribimos de tal espectáculo por obligación sin esperanza alguna de remedio. El poder y la ideología lo embarran todo y a casi todos, mientras la ciudadanía contempla a «sus elegidos» troceándose a mordiscos. No nos merecemos, contra lo que se dice, la clase política que tenemos en casi todos los lugares del mundo, si bien uno comprende que las pasiones humanas son capaces de cualquier barbaridad. Supongo que tales hombres y mujeres tendrán capacidad de autorredención. En beneficio de todos.

Hay muchas otras cuestiones y situaciones afectadas por la inhumanidad y desigualdad aducidas. Y sin embargo, precisamente por la propia condición humana, uno se niega a olvidar a tantas y tantos que se dejan la piel en luchas admirables contra la injusticia, la inmoralidad, el olvido de los derechos humanos, es decir, contra todo lo que nos hace bárbaros aunque seamos capaces de llegar a planetas lejanísimos. Todas estas personas merecen el aplauso de quienes seguimos creyendo que existe un rescoldo de bondad, de verdad y de belleza en nuestro ser. Precisamente por esta sencilla razón, espero y les deseo un 2022 bastante mejor que el fallecido 2021.

Repito: nos salvará ese rescoldo.

Compartir el artículo

stats