Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pilar Galan

País de nunca jamás

Siempre decimos que las Navidades son para los niños. Por eso, porque nos hacemos adultos enseguida, quizá cada vez son más los que abominan de estos días y sueñan con cenar huevos fritos en Nochebuena o viajar a otros lugares donde no te bombardeen los villancicos por las calles. Enseguida dejamos de ser niños, metemos prisa a los que lo son para que dejen de pedirse para Reyes bicicletas, patines o juegos de construcción para encargar consolas o videojuegos o cualquier otro artilugio que ocupe menos sitio en casa, y nos releve de la atención que se debe prestar en el juego en común. Jugar siempre me ha parecido una actividad muy seria, a la que hay que dedicar su tiempo, en concentración absoluta. También me parece una actividad inaplazable, mucho más que cualquier obligación de las que nos inventamos a diario. Cuando se tienen cinco, seis, siete, ocho años… no hay necesidad más urgente que la de desplegar un tablero sobre una mesa para representar un mundo o llegar a una meta de oca a oca, dar la vuelta a una mesa para convertirla en gigantesco barco pirata o levantar un imperio de seres diminutos de plástico que pueden llamarse Gormitti o Superthing o Playmobil, da igual el nombre, con tal de que obedezcan a la mano que les dará vida por unas horas. O acunar un bebé, dirigir un coche, sacar a pasear a un peluche con el que luego intentaremos dormir aunque esté manchado de cualquier cosa imaginable. Jugar supone una dedicación seria, que no debe ser dirigida, solo acompañada. Si el juego es dirigido, deja de ser juego y se convierte en otra cosa. A veces puede ser también una actividad solitaria, aunque lo suyo es crear universos con hermanos y amigos, y con los padres, siempre que estén dispuestos a ponerse a la altura exacta de sus hijos. Hoy, en muchas casas, las cajas de regalos estarán llenas de máquinas para jugar solos o a distancia. Ocuparán menos sitio, relevarán a los padres de la tarea de entretener a los niños, y a estos de la increíble revelación de levantar un imperio o una realidad paralela, que ahora tendrán al alcance de un botón. También espero que algunas cajas contengan juguetes, no de los educativos, sino de aquellos con los que solo se puede jugar, la actividad más educativa que conozco cuando se tienen tan pocos años. Y esta tarde, ojalá los parques y las plazas estén llenos de bicicletas y patines nuevos, y carritos de muñecas o superhéroes brillantes, y hasta libros deseados. Si la Navidad es para los niños, dejemos que lo sean el mayor tiempo posible. Ya tendrán tiempo de agachar la cabeza delante de una pantalla o de quedarse abducidos frente al ordenador. Fuera, la vida tira de ellos para que salgan a disfrutarla, y a idear los universos paralelos con los que jugarán esta tarde, de metal, de madera, de plástico, de piezas de Lego que ellos saben encajar mejor que nadie y que esperan en sus cajas la mano del dios que les dará vida. Recuerden ese momento, ese paraíso, la tarde por delante, la vida más por delante aún. Nosotros también estuvimos allí, aún conservamos el rumor de las olas, pero no regresaremos jamás.

Compartir el artículo

stats