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Juan José Millas

Tierra de nadie | Me duele una rodilla

Paseaba por el parque sin meterme con nadie cuando un perro grande vino ladrando hacia mí. Le pedí a la dueña que hiciera algo y lo sujetó de mala gana con la correa al tiempo de aclarar que el animal había olido mi pánico. Entendí que se quejaba de mi miedo, no de la agresividad de su mascota.

- ¿Le parece mal que me asusten los perros grandes que intentan atacarme? -pregunté.

-Pues sí -dijo-. Debería ser el perro el que se espantara de usted. No de usted en particular, entiéndame, sino de los seres humanos en general. Los seres humanos somos alimañas.

Se trataba, en fin, de una animalista que odiaba a la humanidad.

-Te presento mis disculpas -dije irónicamente dirigiéndome al animal, que no dejaba de ladrarme.

- ¡Eduardo -gritó la mujer-, el señor te está pidiendo disculpas!

- ¡Se llama Eduardo! -exclamé.

-Hoy sí -dijo ella-. Ayer se llamaba Federico.

Comprendí que me enfrentaba a un mundo cuya lógica se hallaba a años luz de la mía y continué mi camino.

Apenas unos pasos más allá, un señor me reprochó que no llevara mascarilla. Le dije que estábamos en un espacio abierto, sin gente apenas, y que me encontraba realizando una actividad deportiva.

- ¿Qué actividad deportiva? -preguntó.

-Estoy caminando -respondí.

- ¿Eso es una actividad deportiva?

-Para mí, sí -afirmé.

- ¡Eso es una mierda! -profirió.

Todo esto sucedía el pasado día 1 de enero, a primera hora de mañana. Me había empeñado en comenzar el año llevándome bien con el mundo y en apenas unos minutos ya había sufrido dos encontronazos con él. Decidí volver a casa para resetearme, o para que se reseteara la realidad, no sé, y en esto volvió a aparece Eduardo, el perro, que se lanzó sobre el hombre de la mascarilla, derribándolo. Detrás de él, venía corriendo su dueña, que volvió a sujetarlo mientras se lamentaba:

- ¡Otro que tiene pánico a los perros!

Ya en casa, mi mujer me preguntó que por qué volvía tan pronto y le dije que me dolía una rodilla.

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