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Antonio Tarabini

Entrebancs

Antonio Tarabini

Año nuevo, ¿vida nueva? (I)

Hace relativamente escasas fechas dábamos por casi cierto que habíamos puesto freno a la pandemia. Gracias a la implantación masiva de las Vacunas empezábamos a recorrer el camino hacia la «Nueva Normalidad», tanto en el ámbito sanitario, en lo personal/relacional, así como en el socioeconómico. Pero, a principios de diciembre, a partir del puente (acueducto) de la Inmaculada/Constitución, se dispararon las alarmas. A pesar de la vacunación, con la ayuda del ómicron, la pandemia se reactivó y el contagio ha vuelto a coger carta de ciudadanía.

En el momento de escribir estas líneas se malvive con un descontrol de contagios, aunque con hospitalizaciones en descenso pero con una grave saturación en los servicios de urgencia y de los Centros de Atención Primera (CAP); y si siguen vivos y coleando los contagios, será inevitable un riesgo en los ingresos en las UCI. Es la doble cara del momento actual de la pandemia del coronavirus en Baleares, solo explicable por el efecto dominante de la variante ómicrón, la más contagiosa de cuantas han existido, pero de efectos más leves, al menos hasta ahora. Nunca antes en Baleares había sido tan fácil contagiarse de coronavirus, con una tasa de positividad récord de toda la pandemia del 23,77%, más de un 18% por encima del umbral de control, casi imposibilitando cualquier labor de rastreo y con una de cada cuatro pruebas con resultado positivo.

Al publicarse estas líneas ya habremos «superado» el punto negro de las celebraciones de fin de año e inauguración del nuevo. Es muy probable que, a pesar de medidas restrictivas aplicadas a restauración, ocio y un largo etcétera, los índices de contagio pueden ser de elevado riesgo.

La pandemia desde sus inicios ha trastocado toda nuestra cotidianidad. Aunque para muchos pueda parecer algo ya lejano, hace un año las restricciones para frenar el avance de la covid-19 eran parte de nuestro día a día. La llegada de la vacuna aún parecía lejos ser una realidad. Los confinamientos y las restricciones impuestas estaban en la orden del día. En todo este tiempo de confinamientos y restricciones hemos abandonado tantas cosas de la vida cotidiana que de muchas ni nos hemos dado cuenta; poco a poco las limitaciones han ido afianzando nuevas formas de hacer, de vivir, y, probablemente, muchas hayan llegado para quedarse. Ahora se paga más con tarjeta que en efectivo; el teletrabajo se ha implantado; la venta por Internet se ha disparado, nos llegan más paquetes que nunca. Fumamos menos y valoramos más la compañía, el ocio. Y jamás de los jamases salimos de casa sin una mascarilla en el bolso. Las fiestas navideñas se han presentado con los contagios muy disparados, y la situación sanitaria obligó a vivirlas en casa, con escasos y limitados reencuentros, sin grandes celebraciones ni abrazos. Y no quiero pasar por alto, aunque pueda ser objeto de una próxima colaboración, las consecuencias de toda esta situación en la salud mental; y el incremento de las tasas de suicido entre la población joven, incluidos adolescentes.

Llegados a este punto, acudo a un nuevo referente para comprender las reacciones humanas: la vulnerabilidad humana. Nos cuesta referirnos a ella porque creemos que desvelamos nuestra debilidad. No podemos entender los últimos meses, años, de nuestras vidas sin hacer referencia directa o indirecta a ella. Especialmente en momentos en los que la fragilidad y la precariedad forman parte integral del vivir y convivir. Somos vulnerables, no hay duda alguna. Y lo somos siempre, aunque sea en momentos en los que la fragilidad y la precariedad se hacen más acusadas cuando habitualmente reconocemos que esa vulnerabilidad, la que encarnamos cada día y a cada hora, es en primera persona. Y somos vulnerables porque lo detectamos y reconocemos en nuestros organismos, y porque nos embarga una sensación de inseguridad o temor ante ciertas experiencias o trances anímicos. Y somos vulnerables cuando tenemos que afrontar entornos críticos de índole personal, social, cultural, económicos….

Somos vulnerables, y lo somos en todos los aspectos de nuestra vida. Por eso nuestra vulnerabilidad también se manifiesta en lo que no es negativo o amenazante. Ser vulnerables nos permite asimismo ser protagonistas de muchas experiencias que aportan sentido y vitalidad, en positivo. Sin vulnerabilidad seríamos entes inertes que ni afectan a los demás. Sin ser vulnerables no podríamos comunicarnos, reírnos, conmovernos ni, por supuesto, amar. Todas las cosas bellas y buenas que nos pasan en la vida también suceden porque somos afectables, porque somos vulnerables.

El ómigron es probable que disminuya su influencia. Como la gripe, podrá permanecer como una realidad infecciosa que afecta al aparato respiratorio y produce también una serie de síntomas generales característicos, en brotes y/o oleadas varias a lo largo de cada invierno, que exige su propia vacuna. Y el ómicron es posible que pierda intensidad, y la vacunación cumpla su finalidad: poner freno al Coronavirus. Y nos posibilitará recorrer el camino hacia la Nueva Normalidad en los distintos y diversos ámbitos del quehacer humano (sanitario, personal, relacional, cultural, socioeconómico…). Pero creer que la pandemia ha sido un mero paréntesis y que todo seguirá igual como antes sería (es y será) un profundo error. No me olvidado de la Nueva Normalidad en el ámbito socioeconómico, incluida la Contrarreforma Laboral. Continuará.

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