Opinión | La suerte de besar
Sobre test de antígenos y anuncios de turrones de Navidad
Si el objetivo es proteger a los nuestros, sería de agradecer que se regulasen
los precios de productos de primera necesidad covid. Pero no olvidemos
que hay quienes no tienen a nadie a quien proteger
Qué época aquella en la que pasábamos las Navidades reunidos con la familia, yendo a cenar con amigos, compartíamos platos, copas, bailábamos y tarareábamos canciones y deambulábamos de bar en bar hasta las tantas. Estas fiestas, en vez de ir de reunión en reunión, he ido de farmacia en farmacia buscando test de antígenos. A principios de mes, compré varios y pagué cinco euros la unidad. La semana pasada fue imposible encontrar alguno en las ocho o nueve boticas que visité y hace dos días compré cuatro pruebas a seis euros y medio la unidad. No conozco a nadie que no se quiera cuidar y proteger, pero conozco a muchos que no se pueden permitir el lujo de hacer un test a los cuatro miembros de su familia una vez a la semana. Dado el índice de contagios y el desmadre que estamos viviendo, sería de agradecer que se regulase el precio de los artículos de primera necesidad de esta era Covid y que se abriesen puntos accesibles y asequibles para que todos pudiésemos hacernos pruebas PCR ante las mínimas sospechas. Ahora toca eliminar la burocracia y dar facilidades. Reconozco que, durante este último mes, he deseado (y esperado) más una llamada de Infocovid que de algún pretendiente. Y, mientras, las privadas hacen su agosto.
Estas semanas, que los confinamientos me han conducido a ver más tele que a ir de bar en bar, he recordado aquel anuncio de los turrones que volvían a casa por Navidad. Soy ñoña, mucho, y siempre que lo veía, lloraba. Es más, me sucede lo mismo al evocarlo. Lloro porque me pongo en la piel de la persona que vuelve y se abraza a su madre, en la piel de la madre que hace tiempo que no ve a su hijo y le ve comparecer por la puerta y en la piel de todas las personas que echan de menos a alguien durante estas fiestas y siempre. Esta semana, además de ir a la caza de un test de antígenos, he pasado mucho tiempo en mi sofá y le he dado vueltas al significado de volver a casa. En mi caso, mi casa está donde están algunas personas. Y también tiene que ver con sensaciones. Casa es el olor a caldo recién hecho, un plato de sopa y estar tumbada, bajo una manta, con mis hijos. Es hacer palomitas y elegir una película. Es un calamar friéndose en una sartén, un plato de arroz blanco, ver a mi madre disfrutar de la vida, comer con mis hermanos o dormir entre sábanas limpias. Casa es ver los ojos achinados de mis hijos después de dormir muchas horas profundamente y es el olor de la piel de ciertas personas. Mi concepto de casa es muy sencillo y lo tengo al alcance de mi mano. Darme cuenta me ha hecho sentir un agradecimiento infinito y, al mismo tiempo, cierta vergüenza. Me he ofuscado por no encontrar un test de antígenos e incluso he decidido escribir un artículo sobre el tema. Y, sin embargo, hay personas, muchas personas, que no tienen donde volver por Navidad. Porque no tienen a quien volver, a quien hacer una prueba de antígenos, ni emociones o sensaciones agradables que evocar. Quizás valga la pena recordarlo, antes de obcecarnos tanto por las cosas.
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