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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

La Justicia española, otra vez ridiculizada en Europa por el rapero

Urge expurgar del Código Penal delitos que en Europa son violaciones flagrantes de la libertad de expresión; el primero el de injurias a la Corona, autoritario absurdo

Constatado y reseñado que Josep Miquel Arenas, presunto rapero, que atiende por Valtònyc, es grosero, maleducado y ordinario (en su acepción más innoble), además de carecer de un átomo de talento, aunque, según dicen, terco como una mula, como solo saben ser los cabezotas de la part forana, vayamos a lo importante, a lo que Arenas, catapultado por esa carúncula de la política que es el falangista líder de Vox en Mallorca Jorge Campos ha brindado con su denuncia: la evidencia de que los jueces españoles, al menos parte sustancial de la Judicatura, tienen adheridos comportamientos iliberales, autoritarios, semejantes a los que son norma entre sus colegas de Rusia, Bielorrusia, Turquía, Polonia, Hungría, circunscribiendo el extenso recordatorio al ámbito territorial más cercano. Ocurrió que Campos denunció a Arenas por haber incitado a atentar en su contra en las letras de sus supuestas canciones, así como injuriar al Rey. Aconteció que fue condenado por la Audiencia Nacional a más de tres años de cárcel, sentencia ratificada por el Tribunal Supremo en cuya sala de lo Penal oficia de presidente Manuel Marchena, volcado en hacer política de la de «Santiago y cierra España» cuando debería acotarse a administrar justicia. Sucedió que el terco decidió poner tierra de por medio, ausentarse de España (exilarse, según la jocosa terminología del mundo independentista). Pasó que se solicitó a Bélgica, donde reside Valtònyc, cobijado en la protectora sombra de Puigdemont, la correspondiente orden de extradición. El resultado de tanto desquicie ha sido el que ya ha cosechado el Tribunal Supremo de la mano de un tal Pablo Llarena, juez instructor, fiel acólito de Marchena: la taxativa negativa de los jueces europeos de extraditar a España a los «prófugos» o «golpistas», como enfatizan casi a diario las vibrantes derechas hispanas, siempre prestas a vislumbrar enemigos interiores y exteriores contra las esencias patrias, a los que ahora definen de mortales enemigos de la Constitución. A mano siempre fútil excusa.

Josep Miquel Arenas ha ejecutado fenomenal corte de mangas (literal, ante la embajada de España en Bruselas) al Tribunal Supremo, lo que es mucho peor: al prestigio de las instituciones españolas en la Unión Europea. Ha conseguido lo impensable. El rapero de medio pelo se transmuta en héroe de la inexistente causa independentista mallorquina. Lo que jamás pensó que podría obtener, le llega a manos llenas: fama y carrera garantizada, ya sea vociferando, porque cantar, no canta, o haciendo política: no descartemos que en las próximas elecciones al Parlamento europeo, que se convocarán en dos años y medio, los separatistas flamencos belgas lo incluyan en sus candidaturas.

El falangista Campos, que persigue todo lo que no se ajusta estrictamente a su fascista concepción de lo público, logra, según el argot del baloncesto un doble triple-doble, algo así como conseguir «manita» de goles en fútbol. El de Vox quiso silenciar a Valtònyc, anunciar a la ciudadanía cuáles son las intenciones que alberga la extrema derecha en caso de que, acunada por el ofuscamiento del PP, llegue al poder. No hace falta perderse en prolijas indagaciones, baste con observar a las citadas Polonia, Hungría o Turquía para percatarse de cómo entienden la libertad dirigentes de la catadura del húngaro Orbán, el turco Erdogán y la pléyade de dirigentes nacionalcatólicos polacos, con los que la Comisión Europea se ve a cara de perro a diario.

Josep Miquel Arenas afirma que no volverá a España. No puede hacerlo salvo que quiera pasar por la cárcel. Han transcurrido 46 años desde que el general Franco venturosamente abandonó este mundo, aunque a veces cunde la sensación de que está presente su ectoplasma.

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