Diario de Mallorca

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Que el arte, de la mano de las instalaciones, se ha vuelto ya un disparate colosal lo sabíamos todos. Pero era necesario añadir los pleitos ante los tribunales para elevarlo a la categoría de esperpento de que ya goza la política. Ese paso se acaba de dar. Dicen las crónicas que un (digamos) artista estadounidense que responde al nombre de Tom Miller ha demandado a su colega italiano Salvatore Garau por haber vendido éste —Garau— una obra denominada estatua, por decir algo, bautizada como Io Sono pero inexistente, es decir, invisible e impalpable. Salió a subasta con certificado de autenticidad impreso en papel como único vestigio de presencia y acompañado de instrucciones precisas sobre cómo esa no-obra debía ser situada e incluso iluminada. Siento no haber podido hacerme con el manual de uso porque tiene que ser en verdad complicado colocar lo que no existe y, encima, ponerle un foco. Pero la pieza, si cabe ser llamada así, dobló su precio de salida en la subasta alcanzando 15.000 euros. La cantidad más alta jamás alcanzada por un centímetro cuadrado de vacío.

La demanda de Miller se fundamenta en que ese otro creador de vacíos había exhibido en Florida hace un quinquenio esa misma escultura, es decir, nada, certificada además con el nombre de Nothing. De tal suerte, el señor Miller alega que todo lo que no existe le pertenece, saliéndose así del terreno del arte para adentrarse por los territorios de las paradojas de la mecánica cuántica o, ya que estamos, las de la sonrisa sin gato que puso Lewis Carroll en sus libros de Alicia.

La mala noticia para Miller y Garau es que los minimalistas como Malévich ya habían inventado un par de siglos atrás el cuadro sin nada dentro, idea llevada al teatro por Yasmina Reza en su espléndida Arte. Bien es verdad que tanto los cuadros blanco y negro de Malévich como el inmaculado de Reza tenían marco, una frontera precisa para indicar hasta dónde se extiende la nada. Garau cometió el mismo error: situar su estatua ausente sobre un pedestal sólido y con un marco vacío en la pared de detrás. Seamos serios: la nada absoluta no es eso, si hablamos de ninguna cosa no se puede incluir en la inexistencia una columna o un tablón que pueda darnos una pista acerca de dónde no está lo que no está.

Si yo tuviese más talento artístico y, sobre todo, mayores conocimientos acerca de cómo funcionan las subastas de cosas que no son cosas sacaría a la venta una obra consistente en eso, en la nada absoluta que, siguiendo los principios de la segunda ley de la termodinámica, sería algo que ha alcanzado ya la entropía absoluta y por tanto no sólo no exhibe ningún atisbo de orden como el que puede indicar un marco sino que tampoco cabe darle nombre ni esperar que soporte ningún movimiento. El comprador, pues, que pague y se acabó.

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