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Jose Jaume

Desde el siglo XX | Episodio oprobioso: el Borbón compadrea con un traficante de armas

Al exrey Juan Carlos le acompaña la arraigada querencia de frecuentar amistades escasamente recomendables, las más perjudiciales para su extinguida reputación

E l mal denominado «rey emérito», porque no es rey (lo dejó de ser al abdicar) ni tampoco es emérito, anuncia, según publica El Periódico de España, que, cuando regrese, llevará vida discreta. Da por hecho que retornará, lo que no parece probable en un futuro previsible, salvo que lo haga de cuerpo presente, contrariando a los cortesanos que se emperran en anunciar la inminencia de su aparición en los suelos patrios. Qué discreción hay que suponerle a quien en su exilio del Golfo Pérsico frecuenta a un traficante de armas árabe, informa El País, que, además, es prófugo de la Justicia española por evasión de impuestos y en busca y captura internacional. Compañero de correrías altamente recomendable. El tal Abdul Rahman El Assir, emparentado con sagas familiares cuyos negocios han estado digamos en entredicho, se ha refugiado en Abu Dabi retomando vieja amistad con el Borbón. Nuevo episodio, en ese caso esencialmente oprobioso, de su sinuosa trayectoria. Parece que Juan Carlos hace lo que puede para dificultar lo indecible el desempeño de su hijo, el rey Felipe VI, que, una vez más, defrauda en su comparecencia de Nochebuena. Hasta sus habituales palmeros (los partidos monárquicos: PSOE y PP) han sido más parcos que en otras oportunidades en los elogios; en el caso del partido de Pablo Casado se comprende: el Rey hizo el discurso que quiso que enunciara el Gobierno de Pedro Sánchez. Hoy más que nunca la continuidad de la Monarquía está en manos del PSOE. El partido socialista constituye su sostén fundamental, tanto si está en el Ejecutivo como si es desplazado a la oposición. Quedó establecido sin ambages en la abdicación de Juan Carlos, arreglada por Felipe González y Alfredo Pérez Rubalcaba. El entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, actuó de don Tancredo, papel que ha bordado siempre con maestría.

Estábamos asistiendo al empuje de la operación para traer de vuelta a Juan Carlos cuando, de repente, no sé si a traición, salta la novedad de la entrañable camaradería del abdicado con el traficante de armas: se detiene la ofensiva. Algo similar (vale la analogía) a la Batalla de las Árdenas en la Segunda Guerra Mundial. En las postrimerías de 1944, a punto de iniciarse el crudo invierno, Hitler intentó evitar el funesto, para los nazis, desenlace de la contienda. Fracaso absoluto. El traficante de muerte da al traste con la pretensión de Juan Carlos. Cómo hacer que pise España. La que le caería encima a Zarzuela sería algo parecido a un bombardeo masivo de posiciones defensivas trabajosamente levantadas. Juan Carlos de Borbón y Borbón no va a volver. No puede hacerlo. Felipe VI no se jugará el trono que quiere legar a su hija Leonor, que ya se verá si lo hereda o antes sucede lo que cada vez más españoles consideran necesario: poder decidir sobre la continuidad de una Monarquía que nunca ha dispuesto de masivo apoyo ciudadano. Sí lo tuvo, y lo ha liquidado, Juan Carlos. Los tiempos son otros, nadie toma a beneficio de inventario lo que aconteció el 23 de febrero de 1981. Las desgracias sobrevenidas que desarbolan a la familia Borbón son tantas que nada resta del aprecio del que disfrutó el «patrón», así llamaba Felipe a su padre.

¿Qué hacer? ¿Seguir como hasta ahora o atreverse a iniciar la reforma de la Corona antes de que no haya reforma que hacer porque la Monarquía habrá dejado de ser? Es peculiar la inacción que impera. Conviene recordar lo que dijo un político monárquico, conservador, José Sánchez Guerra, que se pasó al republicanismo visto el despropósito que era el bisabuelo de Felipe VI, Alfonso XIII. Corría el inicio de la década de los 30 del pasado siglo. En Valencia dio un discurso en el que, recogiendo los versos que Francisco de Borja, en el santoral y grande de España, escribió, desolado, ante el cadáver de la bellísima Isabel de Portugal, esposa del emperador Carlos: «No más cobijar el alma que al sol apagarse puede, no más servir a señor que en gusano se convierte». Desahucio.

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