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Juan José Millas

Tierra de nadie | Un largo viaje

Tropecé en la calle con una mujer que me gruñó y que me hizo entrar de repente en una dimensión mental distinta, en la que únicamente era capaz de percibir el lado animal de las personas y de mí mismo. Entré en una librería, para reponerme del susto, pero solo era capaz de ver el aspecto puramente biológico de los compradores. Todos habíamos perdido el alma. Un tipo algo miope, que pasaba las páginas de un libro de la mesa de novedades, me pareció un gato en el proceso de destripar un ratón para comerse su hígado. No leía el libro: hurgaba en sus entrañas en busca de las porciones más interesantes que llevarse a la boca. La librería se convirtió en un zoo donde esta rara especie, la del ser humano, iba de una sección a otra con la indeterminación con la que el hámster va de un lado a otro de la jaula.

Abandoné el establecimiento con la esperanza de que el contacto con el aire frío me hiciera volver en mí, pero las calles del centro me recordaron a esos laberintos por los que se mueven las ratas en los experimentos de laboratorio. Nadie parecía saber muy bien adónde se dirigía, aunque todo el mundo caminaba con una obstinación irracional. Algunos individuos cargaban bolsas con aspecto de vísceras. Un hombre de mediana edad que llevaba a un niño de la mano me señaló como si yo fuera una rareza digna de verse. Tuve miedo de que la muchedumbre advirtiera lo que pasaba por mi cabeza e intentara lincharme, por lo que me refugié en el servicio de una cafetería, donde intenté tranquilizarme en vano. Cada vez que me observaba en el espejo, veía exclusivamente lo que de animal había en mí. Me enseñé incluso los dientes, como amenazándome, y logré asustarme de verdad.

Volví a casa en el metro, rodeado de mis congéneres a los que procuré no mirar a los ojos por miedo a despertar su agresividad. Antes de llegar a mi portal, me mordió un perro pequeño en el tobillo y su dueño, en vez de pedir disculpas, se rio. «No ha sido nada», dijo. Me metí en la cama sin hablar con nadie de mi familia, alegando una jaqueca muy fuerte, y al despertar, por fin de nuevo en mi dimensión humana, sentí que había hecho un largo viaje desde los penetrales más oscuros de la historia hasta la actualidad.

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