Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Rosa Ribas

Contra las notas a pie de página

Cuando leemos obras literarias aceptamos no entenderlo absolutamente todo, no queremos que haya un significado unívoco, aceptamos la ambigüedad, los claroscuros, las capas, las diferentes lecturas posibles

Hace unos días, leyendo una novela traducida, me encontré con varias notas a pie de página del traductor, que explicaban nombres de personas y lugares que aparecían en el texto. Cada vez que topaba con el numerito que las anunciaba, mi cabeza lectora se llevaba un sobresalto. ¡No quiero!, gritaba una voz interior mientras la vista caía página abajo arrastrada por el peso de ese número volado, obligada a leer unas letritas diminutas a pie de página. ¡No! ¡Déjame seguir leyendo! No quiero salirme de lo que me están contando. Yo estaba bien aquí, dentro de esa historia, viviéndola, sintiéndola, disfrutándola. No me saques.

Pero es imposible -por lo menos para mí es imposible- no obedecer la orden, no dejarme llevar por el temor de perderme algo si no leo lo que pone abajo. Así que, obediente, lo hago. Después de leer esa información, que probablemente olvidaré casi acto seguido, trepo texto arriba, vuelvo al principio de la frase o del párrafo, según cuánta concentración me haya robado la excursión a la parte baja de la página, y sigo leyendo.

A veces, por precaución, miro si en las páginas siguientes también acecha alguna nota. En caso afirmativo, la leo de antemano, aunque a veces eso tampoco sirve para no volver a caer en la nota.

No me gusta que haya notas a pie de página en obras de ficción, a no ser que formen parte de esa misma ficción, de que el autor las introduzca para jugar precisamente con el impulso inevitable del lector de leer todo lo que esté escrito en la página. Creo que se está notando que tampoco me gusta que haya notas del traductor, ni siquiera cuando podrían considerarse muy necesarias para la comprensión del texto. Si no lo entiendo porque se trata de una referencia muy alejada cultural o temporalmente, pues lo acepto así o lo busco yo misma en caso de que necesite aclararlo.

Esas notas del traductor en la novela que estaba leyendo me recordaron a algunos alumnos que tuve cuando fui profesora de español como lengua extranjera. Hay rasgos de la personalidad que favorecen el aprendizaje, como, por ejemplo, no tener miedo a cometer errores. Un inhibidor, en cambio, es la necesidad de comprenderlo todo, absolutamente todo. Una actitud que lleva a los alumnos al bloqueo en cuanto aparece un elemento desconocido, sea en un texto leído, sea en una conversación. «No entiendo esta palabra», dicen. Su capacidad de comprensión se paraliza. Porque inhiben un mecanismo que empleamos todos los hablantes constantemente, incluso en la lengua materna: inferir el significado de una palabra desconocida a partir del contexto. No necesitamos entender todas las palabras a la perfección. Tampoco en nuestra lengua materna lo hacemos. Hagan el ejercicio de leer cualquier texto de este periódico como si fuera una lengua extranjera y vaya despacito, palabra a palabra, observando si de verdad las conocen todas lo suficiente para, por ejemplo, definírsela a otra persona. Seguro que hay lagunas. Pero no pasa nada, el contexto nos ayuda. En la didáctica se habla de mayor o menor tolerancia a la ambigüedad. Tiene que ver en buena parte con la necesidad de controlar el entorno. Cuanta mayor necesidad de control, menor tolerancia a todo lo que escapa de la comprensión.

Pero cuando leemos obras literarias aceptamos, en realidad queremos, no entenderlo absolutamente todo, no queremos que haya un significado unívoco, aceptamos la ambigüedad, los claroscuros, las capas, las diferentes lecturas posibles.

Así que déjenme seguir leyendo inmersa en el texto, sintiendo la extrañeza natural en un texto que viene de una lengua y una cultura diferentes a la mía. Con palabras o nombres de personas y lugares que me suenen ajenos. Por eso también leo literatura de otros países y no solo obras que pasen en mi barrio de Barcelona.

Admiro la inmensa labor de los traductores y creo que todavía no reciben el reconocimiento merecido. Pero, cuando estoy leyendo, no quiero que de pronto aparezca en la obra su voz tutelar. Por más que el traductor en realidad sea una especie de coautor del texto. Pero es un coautor secreto, por eso se dice que los traductores son mejores cuanto más transparentes son. Así lo entiendo. Ellos son el cristal de la ventana a otros mundos, dejan pasar la luz, para que veamos que al otro lado de esa ventana el mundo es otro.

Compartir el artículo

stats