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Daniel Capó

Las crisis se superponen

Llevamos varios años raros, uno tras otro. ¡Qué lejos queda el optimismo de finales del siglo pasado! ¡Qué lejos la ilusión de un mundo más estable y próspero! Contemplemos por un momento cuatro escenarios del paisaje actual: la variante ómicron y el IPC, Rusia y China. Estamos destinados a convivir con ellos durante bastante tiempo, aunque sea por motivos distintos. De la pandemia y de la inflación hemos hablado ya a menudo. Sin embargo, hay que insistir en Moscú y Pekín porque suponen el retorno de la geopolítica en su sentido más crudo. Tras la debacle de Occidente en 2008, China ha decidido dar un paso adelante y presentarse en Asia claramente como un poder imperial. No sólo allí, también de un modo inequívoco en África y en América del Sur. Y también en Europa, ¿por qué no decirlo? Junto al despliegue de los intereses nacionalistas chinos, la Rusia de Putin –a quien las fuentes europeas califican de «imprevisible»- juega sus bazas entre la guerra de la desinformación, el control de la llave del gas natural y un músculo militar capaz de desestabilizar la Unión Europea y extender su propio perímetro de seguridad. La amenaza se centra ahora en la frontera de Ucrania, mientras un negacionismo interesado –«no puede suceder, no va a suceder»– recorre las cancillerías del continente. Nadie sabe qué va a pasar y qué no, todos sospechamos que la respuesta de Europa no sería muy contundente si los rusos invadieran Ucrania, más allá de las tradicionales sanciones económicas. Es lo mismo que sucedería en Taiwán si China decidiera recuperar la isla; algo que, con el tiempo, resultará inevitable incluso contando con el apoyo militar de los Estados Unidos a Taipéi.

El plano nacional se superpone al escenario internacional: riesgos geopolíticos, crisis económica, pandemia global… 2021 ha acelerado el desgaste de España, a pesar de una recuperación que ha quedado paradójicamente a medio camino, incluso desandando –a final de curso– parte de lo recorrido. A la mala gestión gubernamental se le une el caos en la oposición, que mira continuamente de reojo a las encuestas: favorables para los populares tras el éxito clamoroso de Ayuso en las autonómicas de Madrid, cada vez más inciertas para Casado desde la llegada del otoño. Al enfriamiento de sus perspectivas electorales, una vez capturada ya la mayor parte del electorado de Cs, se añade el renovado crecimiento de Vox, cuyo voto se refuerza a medida que el enfado con Sánchez se traduce en un rechazo más radical. Se diría que, electoralmente, no son tiempos que aplaudan la tibieza, aunque la tibieza muchas veces sea sinónimo de cordura. No son tiempos, entonces, para la cordura.

Pero la crispación beneficia a unos y perjudica a otros. Vox adquiere protagonismo al igual que el PSOE, que controla la agenda pública. Más descolocado aparece un PP, dividido entre dos almas y lanzando al moderado Alfonso Mañueco a una inesperada contienda electoral en Castilla y León. Se trata de un movimiento defensivo de la corte de Casado para protegerse de la ambición de Ayuso y poner en marcha un cronograma electoral de triunfos que lleve de Castilla y León a Andalucía –¿adelantará también Moreno?– y de allí a las autonómicas y municipales o a unas hipotéticas generales. Casado sabe que no dispondrá de más oportunidades. En realidad, todos lo sabemos.

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