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Jose Jaume

Desde el siglo XX | Felipe VI, previsible discurso fútil; comparecencia inútil

DON FELIPE VI Y DOÑA LETIZIA

Dejémonos de vanas esperanzas, de albergar la de que este año sí (los masoquistas seguidores del Barça se manejan sobrados en tales menesteres), que en las postrimerías de 2021 Felipe VI ofrecerá discurso sustancioso, hará honor a los no digamos oscuros tiempos, pero sí notablemente borrascosos, más bien convulsos, por los que estamos atravesando a trompicones, carentes de guías solventes en cualquier nivel en el que posemos las miradas. El Rey hará, no doy pie a la duda, y quede cumplida constancia de que agradecería equivocarme radicalmente, comparecencia al uso; ofrecerá lugares comunes, peccatas lecciones de ética, fáciles de endosar pues a nada comprometen. ¿Citará Felipe VI a su padre? ¿Afirmará nítidamente que el comportamiento de Juan Carlos ha sido bochornoso,? ¿Llegará a sentenciar que utilizó la jefatura del Estado para fines ilícitos? ¿Anunciará completa revisión de los protocolos por los que se maneja la Corona española? ¿Abjurará de su acusada opacidad? «Abandonar toda esperanza quienes aquí entráis», Lasciate ogni speranza...», es la sentencia que el Dante sitúa en el frontispicio de los infiernos en su Divina Comedia. No parece que sea posible hallarla para entrar en la senda de la reforma de la Monarquía borbónica, la de la Segunda Restauración, sancionada por la Constitución de 1978 tras haber sido impuesta en 1969, en caluroso mes de julio, al tiempo que se llegaba a la Luna, por el general Franco, que se saltó por sus averiados bemoles la línea sucesoria situando en Juan Carlos la que se denominó «reinstauración», porque, dijo el dictador, venía de la «legitimidad otorgada por el 18 de julio de 1936», fecha del golpe de Estado contra la legalidad constitucional republicana.

Reseñados los antecedentes históricos preguntémonos si la Segunda Restauración tiene visos de acabar como lo hizo la Primera, la instaurada por Antonio Cánovas del Castillo con Alfonso XII en 1876, finiquitada por el apoyo de Alfonso XIII al golpe del general Miguel Primo de Rivera en septiembre de 1923. Felipe VI cumple escrupulosamente con sus deberes constitucionales, con la función que se otorga al Jefe del Estado. Eso es lo que claman enfáticamente las derechas y remacha el presidente del Gobierno Pedro Sánchez a la menor oportunidad. Interrogarse por si es cumplir con lo que establece la Constitución haber aireado mínimamente las sentinas de los Borbones el mismo día que se decretaba el confinamiento por la pandemia, con la ciudadanía consternada, en marzo de 2020, es escrupuloso cumplimiento o finta propia de trilero. Callar, enunciar medias verdades, camuflar otras, no conduce a aceptar sin más lo de que estamos ante ejemplar comportamiento institucional. Se puede entender la renuencia del Gobierno y del PSOE a abrir una crisis constitucional de incierto desenlace, seguro que traumática, pero tampoco se puede ignorar la cuestión de si seguir en la situación actual es lo adecuado, porque, entre otros problemas, es observable cómo crece y a qué velocidad la indiferencia, la desafección, hacia la Monarquía. Llegará el momento, puede que cuando en 2023, octubre, Leonor cumpla la mayoría de edad y se organicen los fastos de su juramento de acatar la Constitución, las cosas se hayan pudrido hasta el punto de que el callejón sin salida se haga insoslayable para quienes, falsamente ciegos y sordos, prefieren dar por asentada sólidamente la institución monárquica, que no lo está y menos lo estará en el futuro.

Nada de eso saldrá a colación a las 21 horas de la Nochebuena de 2021. Segundo año pandémico. Al tiempo, Juan Carlos, a despecho de cortesanos de toda laya y condición, seguirá instalado en el Golfo Pérsico, donde llegará a los 84 años. Qué papeleta si fenece en Abu Dabi. Libros de historia.

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