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Verónica Fumanal

Copiar al radical, mal negocio

La pasada semana, la izquierda y la abstención del PP pudieron parar el ataque homófobo de Vox contra las leyes de protección de los colectivos LGTBI que los populares habían aprobado en las pasadas legislaturas. Es una buena noticia a medias, porque la abstención de los de Isabel Díaz Ayuso es tan preocupante como enigmática. ¿Qué quiere decir esta abstención? ¿Que están de acuerdo con Vox? ¿Que el PP ha cambiado su postura respecto a las leyes que ellos mismos aprobaron? No. Quiere decir que tienen miedo a que Vox les acuse de ser conniventes con la izquierda, a su relato -lo que ellos denominan la dictadura progre-, a perder votos a favor de Vox.

Durante la campaña electoral, Ayuso se hizo una fotografía con Chumina Power, una conocida drag en el barrio de Chueca. El titular decía: «A mí me da igual cómo configura su vida en su cama cada uno». Señora presidenta, usted que hace bandera de su valentía, hágala valer para frenar el discurso homófobo intransigente y radical de Vox, porque, además, es la mejor garantía de su éxito en el futuro.

Copiar a los radicales moviendo posicionamientos políticos propios para intentar tapar el hueco no solo es una especie de fraude en la representación, porque reduce la oferta política con el único objetivo de competir electoralmente. Pero es que, además, esta estrategia solo funciona en el corto plazo; a la larga, es un mal negocio.

Tenemos muchos ejemplos que evidencian esta teoría. Copiar a un competidor electoral cambiando los principios políticos propios es una estrategia desesperada que puede tener cierto éxito en el corto plazo. Sin embargo, a la larga, el cambio del posicionamiento mueve a tus propios votantes hacia las posiciones más extremas, lo que se conoce como polarización, y los sitúa en el espacio natural de tu competidor, haciéndolo mucho más competitivo que tú, porque es percibido como auténtico en esa posición política. Al fin y al cabo, el partido que movió su posición es un advenedizo, algo que le recordará el partido radical de forma recurrente.

Por lo tanto, intentar frenar al partido radical que compite en tu electorado cambiando de criterio es darles la razón y entregarle parte de tu electorado. Pero, además, es hipotecar el futuro de tu partido, porque recuperar el posicionamiento primigenio es una tarea muy complicada. En primer lugar, porque cuando uno se mueve hacia otro posicionamiento se ve obligado a justificarlo, comprando los argumentos del adversario político y competidor próximo. En segundo lugar, porque cada vez que un partido político vira su visión sobre un determinado aspecto, lo debilita, despistando a sus seguidores, que ya no saben qué pensar, y suele perder adeptos, a la par que líderes, que no aceptan la posición más radical. Y por último, porque cuando el partido político se da cuenta del error porque su competidor se los come y quiere enmendarse, parte de su electorado ya se ha movido hacia las posiciones más radicales. Ni que decir tiene que, además, esos bandazos le hace ser percibido como un partido flip flop, es decir, veleta.

Uno de los ejemplos más paradigmáticos del fracaso de un partido político virando su posicionamiento es el caso de CiU. La todopoderosa federación nacionalista catalana fue casa común de diversas sensibilidades identitarias, pero no era un partido independentista. En 2010, CiU movió su posicionamiento nacional hacia el independentismo para intentar liderar este movimiento que empezaba a crecer, tratando de evitar que otros partidos independentistas con los que competía crecieran.

Eso le valió la salida de algunos de sus dirigentes que no comulgaban con la nueva posición y la descomposición de la casa grande en pequeños grupúsculos. Pero la estrategia fue un fracaso. Solo al principio consiguió liderar el proceso, pero después fue perdiendo apoyos hasta que se desdibujó en una alianza que no pudo controlar. Hoy en día, CiU ya no existe y este harakiri se explica, en gran parte, por el viraje hacia la radicalidad que el mismo partido protagonizó.

Este ejemplo debería servir al PP frente a Vox y sus posicionamientos más extremos en relación con el feminismo, el colectivo LGTBI, la migración y cuestiones que forman parte de los consensos propios de las democracias liberales, que unen a todos los partidos con sensibilidades ideológicas diversas. Con matices, pero siempre desde la centralidad en defensa de los derechos humanos y valores propios de nuestro tiempo, como la igualdad, la libertad o la justicia social. Abstenerse ante la derogación de las leyes a favor de los colectivos LGTBI es iniciar el viraje hacia la radicalización. Aprendan en cabeza ajena: copiar a los radicales es un mal negocio.

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