Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Luis Sánchez Merlo

Anatomía de un ajuste de cuentas

El libro de Cayetana Álvarez de Toledo

Políticamente indeseable (500 páginas), libro que va por la tercera edición –prueba del interés y morbo que ha despertado– es, según su autora: «Una crónica sobre la decepción política, las amenazas a la democracia y la ‘degradación’ del oficio, un alegato a la responsabilidad y contra la resignación hacia prácticas como la «equidistancia, el tacticismo de los medios, el guerracivilismo o la sustitución de las convicciones». Casi nada al aparato.

Sorteando el monoteísmo intelectual que solo conduce al inmovilismo, la insumisa funcional se arriesga a hacer un análisis controvertido y mordaz: «Faltan líderes dispuestos a que les llamen indeseables sin titubear. Hace falta mucho coraje para nivelar el tablero inclinado de España».

De ella, a algunos les molesta todo: su acento argentino; que sea española desde hace solo 11 años; que sea culta y diga lo que piensa; que sea marquesa y licenciada en Historia Moderna (Oxford); que se declare agnóstica; que aguante bien los golpes y siga en un partido cuyo Baranda –por ataque a su autoridad– la destituyó como portavoz en el Congreso.

Esta «cancelación a cámara lenta» comenzó con su forma de desempeñarse como portavoz. Ahora, los que se desgañitaron, acusándola de insoportable, le piden: echarle pelotas, liderar un partido a su medida y eclipsar a la candidata populista.

Quienes consideran muy fácil excitar esa mística de la «mano dura» –tan del gusto de la derecha– la vituperan por: reaccionaria con prosa afinada, mitómana, hipócrita y, de saque, la descartan como remedio y alternativa a los actuales dirigentes.

No soportan que esta «sabionda de colegio de monjas, alumna aventajada de universidad de élite», hable sin pudor de sus propios defectos, que reconoce, y tenga criterio propio y lo manifieste. En definitiva: independiente, inteligente y libre, como las mujeres de su familia.

En la otra orilla, ven, oyen y callan quienes admiran a gente ilustrada y valiente, sensible e implacable, terca y brillante, luchadora y consecuente, a la que piden que no se rinda. Aunque la hayan mandado al ostracismo, socavón incluido, tiene la ventaja de no deber nada a nadie.

La severidad en los juicios, «el líder necesita recuperar la confianza en sí mismo», es práctica habitual en la cultura política anglosajona. En la española, más propensa a la media luz de los reservados, las jamadas en la cofradía y la filtración a medios amigos, se despacha –como una singularidad indeseable– a quien, deshinibida, transita por la política tan suelta de cuerpo.

Apátrida hasta los 18 años, trasladó su hogar a España, que dejó de ser «objeto de frío estudio académico», así que no tiene empacho en desmenuzar el decálogo de sus propuestas: acabar con el apaciguamiento; evitar el tacticismo, denunciar el cinismo; huir del victimismo y del ofendidismo; plantar cara a la sumisión; enterrar el guerracivilismo; combatir la polarización; renunciar a la desesperanza y favorecer el optimismo político.

El nuevo puritanismo sexual; la corrección política; la equidistancia hipócrita –bajo la excusa del diálogo– entre la defensa de los valores constitucionales y la agresión independentista son cuestiones que están pendientes.

Su versión de los hechos coincide con el absurdo desencuentro en la capital, lo que anima a la insurgente a pedir explicaciones a fin de comprender: «En qué beneficia al PP dedicarse a cargar contra la que consiguió una mayoría incuestionable y evitar que sea presidenta, destruyendo aquello que nos ha devuelto la ilusión y el optimismo».

Encomiástica con el «liberalismo intuitivo y aguerrido» de la presidenta madrileña, con la que se identifica por su falta de complejos: «Es una mujer, que no tiene miedo, que sale a ganar y que además transmite alegría y optimismo, a la que la crisis del coronavirus convirtió en la única alternativa, lo que provocó admiración, devoción, envidia y celos».

En el cuartel genovés, probablemente activados por una combinación de «celos, miedo y afán de control», reprochan a ambas ir por libre y ser desleales y tratan de poner remedio, con una sucesión de errores, de esos que se pagan caro en las urnas.

El libro con el que ajusta cuentas es, también, una defensa de la batalla cultural frente a la izquierda, que la lleva a calificar de «franquista» la Ley de Memoria Democrática. Por lo que se refiere a la derecha radical, considera una «incongruencia moral y un disparate estratégico demonizar a quien te permite gobernar».

En qué quedamos: ¿un lujo excesivo para la derecha? ¿Una política indeseable? ¿Una mujer imprescindible, en la política española?

En un país donde destacar es un pecado, la indómita responde: «Sólo cuando los políticos digamos en público lo mismo que afirmamos en privado, sólo cuando reconozcamos la degradación de nuestro oficio, sólo cuando nos veamos retratados en el implacable espejo de los hechos, sólo entonces seremos capaces de rescatar la democracia de las sucias mandíbulas del populismo».

Su reflexión sobre el menoscabo de los valores democráticos, el avance de los nacionalismos y la manipulación de los sentimientos de identidad devela amenazas a las libertades individuales y la dignidad de la persona.

Un narcisismo hipertrófico –como califica Savater a una puerilización generalizada, la sentimentalización de los temas– que relega el talento ingobernable y les invita a marcharse, anticipa la excomunión, lo que denota una aparatosa confesión de debilidad.

Pero el coraje al servicio de las ideas, que cultiva la «rara avis», es terminante: «No me van a echar del partido».

Compartir el artículo

stats