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Gemma Ubasart

Vacunar, vacunar, vacunar

De los no vacunados hay un porcentaje pequeño de negacionistas. El resto se pueden calificar de apáticos, dudosos o excluidos: una población que podría llegar a ser vacunable. No tendríamos que tirar la toalla, por eficacia sanitaria pero también por justicia social

Hoy en día un 79,5% de la población española ha recibido una pauta completa de vacunación contra el covid-19 (un 89,6% de la población diana). Es un muy buen dato, sobre todo si lo comparamos con otros países del entorno. Conjuntamente con Portugal, lideramos el ranking de inmunización internacional. Es una buena noticia y tiene que ser motivo de orgullo. Varios son los factores que podrían explicar este dato: la confianza generalizada en el sistema de sanidad pública, la buena organización de la campaña de vacunación, el poco espacio mediático concedido a negacionistas, la convivencia intergeneracional, etc.

Además, dos medidas puestas recientemente en marcha pueden ayudar a avanzar. En primer lugar, la implementación de la obligatoriedad del pasaporte covid en restaurantes, bares, ocio nocturno o gimnasios de la mayoría de las comunidades autónomas. Para ciudadanos apáticos con la vacuna esta iniciativa puede haber actuado como incentivo para dar el paso. En las últimas semanas se han vuelto a ver colas en los centros de vacunación. En segundo lugar, la vacunación en niños de 5 a 11 años. Esta franja supone un 7% de población, y es en estos sectores donde actualmente más contagios se están produciendo. El empeoramiento de la situación epidemiológica, y en especial la penetración del virus en las escuelas, ha motivado vacunar a los niños de educación primaria.

Últimamente, algunos expertos del ámbito de las ciencias médicas han afirmado que es difícil avanzar más, que hemos tocado techo. Desde mi punto de vista, creo que tendríamos que desafiar esta opinión. Entre los no vacunados hay un porcentaje muy pequeño de negacionistas militantes. El resto se pueden calificar de apáticos, dudosos o excluidos: una población que podría llegar a ser vacunable. No tendríamos que tirar la toalla, por eficacia sanitaria pero también por justicia social. Y aquí es donde entra el papel de las ciencias sociales: conocer quiénes son, segmentarlos, proponer formas de acercamiento y hacerlo. Desde estrategias comunicativas en los programas de prime time hasta la mediación comunitaria con colectivos vulnerables.

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