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Carmen Lumbierres

Somos otros, aunque no lo vean

Los actos conmemorativos de la Constitución de la semana pasada, en un aniversario ordinario sin números redondos, que siempre propicia un evento más de trámite con menos esfuerzos protocolarios, nos enseñaban una España que ya no es. Los mismos discursos reclamando los valores inspiradores de la transición democrática transportados como una plantilla a una sociedad convulsa que se parece bien poco al inicio de la década de los ochenta.

No podemos seguir tirando del entusiasmo de haber cumplido con éxito un proceso de transformación de un sistema autoritario a uno democrático de forma pacífica y alcanzando los estándares occidentales de un modo excepcional. No fuimos nosotros los responsables de eso, lo heredamos sin esfuerzo igual que nos quedó el legado de un rey corrupto, exiliado a su pesar y dispuesto a precipitar las posibilidades de futuro de la monarquía constitucional a cero.

Somos un país con la Jefatura del Estado significativamente dañada, con un parlamento que fue el de la reconciliación, con 52 escaños ocupados por la ultraderecha que están dispuestos a desmontar el sistema de derechos y libertades desde dentro. Somos el país que hace cuatro años presenció un acto insurreccional de las instituciones de autogobieno en Cataluña rompiendo el tablero de la negociación en el que siempre se habían movido las relaciones Estado-comunidades autónomas, y que devolvió a políticos a prisión en una imagen ciertamente desestabilizadora para nuestra democracia. Y seguimos adelante como si nada de todo esto hubiera pasado, haciendo llamamientos a la concordia, al valor de las instituciones con un auditorio en el que faltaban ERC, Junts, EH Bildu, BNG, PNV, PDECat, CUP, Compromís, y el líder neofascista cedía su protagonismo a la posible candidata del partido en Andalucía por considerarlo un «acto progre». Tratamos las nuevas realidades con clichés caducos y dejando en la inercia de los acontecimientos las posibles salidas, huyendo sobre todo de acometer alguno de todos estos conflictos a corto plazo porque no hay pronóstico electoral que lo soportara. Nos sentimos fascinados por la democracia alemana o la grandeur francesa aunque estén acorralados, sobre todo en el último caso, por algunos problemas compartidos, pero no somos capaces de encontrar un nuevo relato de nación o de naciones, uno o varios que nos entretejan de nuevo, más allá de liderazgos personales y nos hagan sentir partícipes de un movimiento colectivo que permita contar a las siguientes generaciones quienes éramos, qué quisimos hacer con nuestro presente sin engaños ni ficciones democráticas.

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