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Matías Vallés

Al Azar | El mejor Serrat es Hernández

Serrat, en una de sus primeras actuaciones en Mallorca

Serrat se retira de los escenarios medio siglo después de Mediterráneo. La inercia conduce a asociar al artista con Antonio Machado, porque los taxonomistas son víctimas de la iconografía inmediata. Sin embargo, el álbum fundamental del cantautor catalán es el negro, porque se insiste en el color de la carpeta para destacar el malditismo de las diez canciones extraordinarias construidas sobre versos de Miguel Hernández. Aquí no hay filosofías camufladas, como en los cultos poemas machadianos. Se desnuda el escritor y se queda en cueros el intérprete, para coronar una obra maestra que justificaría por sí sola una carrera de compositor.

Incluso el recuerdo del respetabilísimo Paco Ibáñez se desmorona en cuanto arrancan los primeros versos de «Menos tu vientre/ todo es confuso». Quede claro que Serrat se manifiesta a una distancia sideral del pastor oriolano. El disco negro ni siquiera se concibe como un homenaje, pero consigue una solidez que por fuerza ha de pasar desapercibida a los localizadores de cancioncillas. Y si ya es difícil acertar diez veces, se contrae un mayor mérito en ese momento en que la creación artística supera las intenciones del coautor, una paradoja que siempre se atribuye a Miró pero nunca a Picasso.

La Elegía donde «por doler me duele hasta el aliento» es la segunda canción del disco en negro, pero la primera en que el oyente advierte la monumentalidad del empeño. Este homenaje póstumo es la traducción de las canciones de Dylan de seis minutos, una versión levantina de Gates of Eden. La intelectualidad suele fruncir el entrecejo ante las diez revisiones sin falla, donde se demuestra que Serrat no es un cantante, sino una forma de vida que por desgracia se abraza de forma minoritaria. Y si no se ha dedicado este artículo al completo a las Nanas de la cebolla, es porque no todo el mundo recuerda que fueron musicadas por Alberto Cortez. Como de costumbre, la quebradiza lectura del cantante ahora prejubilado ofrece la adaptación idónea a la contemporaneidad de una letra y música ajenas.

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