El último Anuari de la Joventut presentado esta semana nos deja un retrato preocupante de la situación que atraviesan nuestros jóvenes. Baleares es el territorio donde más desciende la tasa de emancipación juvenil en el año pandémico. Cuatro de cada cinco menores de 30 años siguen viviendo en el domicilio familiar. Independizarse cada vez se hace más costoso. Hace una década, la tasa de emancipación de la juventud balear estaba muy por encima de la media española, sexto país de Europa en demorar la salida del hogar familiar, comportamiento característico por otra parte de las latitudes latinas frente al mundo nórdico. Entonces nos preocupaba que el vigoroso mercado turístico y el boom de la construcción apartasen de los estudios a jóvenes mallorquines seducidos por ese primer sueldo en el bolsillo, que daba para salir con los amigos, comprarse ropa o pagar las letras del coche, a veces, incluso para independizarse. En 2020, el 17,6% de los jóvenes del archipiélago vive independizado de sus familias, un porcentaje que nos sitúa en la segunda posición española, pero cada vez más próximos a la media. En diez años, la opción de abandonar el nido ha caído a la mitad.

Esta generación pasó su infancia lastrada por la crisis financiera, que empobreció a las familias, y tiene que abrirse camino en la incertidumbre de una pandemia que golpea a la economía, aumenta la desigualdad y transforma la experiencia de la vida social; en un mundo que evoluciona a velocidad de vértigo, donde los estudios de ayer poco sirven para el empleo del mañana y donde sus precarios salarios han de ser sostén de un segmento de pensionistas crecientes por la inversión demográfica; en un hábitat acuciado por la contaminación, la sobreexplotación de los recursos y los efectos del cambio climático.

Decía el politólogo Pablo Simón en la presentación del estudio que “ser joven en España siempre ha sido un mal negocio”, fundamentalmente por el problema estructural del mercado de trabajo. Al factor del paro y de la precarización del mercado laboral con infrasalarios, que imposibilita la generación de recursos suficientes con los que emprender una vida, se suma la carestía de la vivienda, especialmente acusada en el archipiélago. Baleares es la comunidad con el coste más elevado para adquirir una vivienda por un asalariado de 16 a 34 años y la segunda donde más cuesta alquilar. Desde el ámbito público se han puesto en marcha algunas medidas que vienen a paliar en parte ese panorama, como las ayudas al acceso a la vivienda para los jóvenes o la formación dual, que posibilita compaginar los estudios de Formación Profesional con un trabajo en prácticas remunerado en las empresas. Esta última iniciativa autonómica, que contribuye además a facilitar mano de obra cualificada a un sector productivo carente de suficientes profesionales, ha sido tomada como ejemplo por el gobierno central para extenderla a otros territorios. Los retos a los que se enfrentan los jóvenes exigen muchas más porque de su éxito dependerá en buena medida el avance del conjunto social en el futuro inmediato.