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Antonio Papell

Presupuestos estabilizadores

Por segundo año consecutivo, el llamado despectivamente ‘gobierno frankenstein’, porque es de coalición, ha conseguido sacar adelante puntualmente los presupuestos generales del Estado del siguiente ejercicio, el de 2022, con cómoda holgura -188 votos, cuando la mayoría absoluta estaba en 176- y sin que las concesiones que el Ejecutivo ha debido hacer para reunir apoyo tan amplio hayan sido demasiado onerosas. Conviene recordar que la no aprobación de los presupuestos de 2019 forzó la disolución del Parlamento y la convocatoria de dos elecciones sucesivas en 2019; tras las segundas, se formó este gobierno.

Esos 188 votos afirmativos proceden de 11 partidos con representación parlamentaria: PSOE, Unidas Podemos, ERC, PNV, Bildu, PDeCAT, Más País, Nueva Canarias, Compromís, Teruel Existe y PRC. Dígase lo que se diga, la convergencia de todas estas fuerzas indica una voluntad conjunta de contribuir a la recuperación de nuestro país, gracias en buena medida a los fondos europeos, así como una singular capacidad de convocatoria de parte de Pedro Sánchez, apoyado en este menester por el prestigio profesional y político de Nadia Calviño. El hecho de que un gobierno de coalición consiga en dos anualidades seguidas el respaldo masivo a su programa económico de gobierno dice mucho de la madurez del sistema y de la calidad del Ejecutivo.

La crítica principal, escuchada y leída hasta la náusea, a estos presupuestos, emitida tanto por los actores políticos como por sus soportes mediáticos, es que se han llevado el gato al agua «los partidos que quieren erosionar a España». Y citan expresamente a Bildu y a ERC. Estas dos formaciones pertenecen en efecto al grupo de los partidos periféricos, nacionalistas, que anteponen explícita y expresamente los intereses de su comunidad o región a los generales del país. Es decir, desempeñaban el papel que en la etapa anterior correspondía a CiU y al PNV (el PNV también ha apostado por los presupuestos, pese a su lógica competencia con EH Bildu).

Y el precio que los partidos estatales debieron pagar por el apoyo de vascos y catalanes en el pasado fue indudablemente mayor que el que ha pagado ahora el Gobierno de coalición. Pujol, en el Pacto del Majestic, se llevó consigo una muy considerable cesta de impuestos que trastocó la financiación autonómica, además de una serie de competencias, entre ellas la policía de tráfico. Ahora, en cambio, el botín ha sido mucho menores. ERC ha sacado adelante la Ley Audiovisual, que establece condiciones a las productoras, benéficas para la lengua catalana, y el PNV, que ni siquiera ha conseguido la exótica división de la región vinícola de La Rioja, tan solo ha logrado cierta aceleración de las inversiones ya otorgadas como la de la Y vasca, el cuento de nunca acabar. Los demás partidos obtienen inversiones y medidas que no llaman la atención y que forman parte del rompecabezas presupuestario. No ha habido, en fin, claudicaciones ni privilegios para las regiones que poseen una representación nominal más específica en el Parlamento, por antiestético que resulte el hecho de que no todas las formaciones presentes en el Congreso de los Diputados están al servicio directo del interés general (aunque siempre habrá quien diga, y con razón, que defender la patria chica es también defender la patria grande).

La estabilidad presupuestaria en el Estado ha facilitado la mayoría parlamentaria en Cataluña que se ha formado esta vez con los comunes, con la consiguiente ruptura del bloque nacionalista en las instituciones autonómicas del Principado, una buena noticia para los que no lo son. Asimismo, la paz económica estimula el progreso del diálogo entre los gobiernos español y catalán, lo que garantiza que el conflicto no se desbordará de nuevo y, por el contrario, desembocará previsiblemente, a largo plazo, en un nuevo ‘oasis’ convivencial…

La estabilidad presupuestaria proviene, en fin, de los indultos con que Madrid ha aliviado las erupciones catalanas, haciendo posibles los diálogos y los acuerdos, y permitiendo a ERC tomar el timón sin el sectarismo de los posconvergentes todavía inspirados por el viejo y corrupto Pujol.

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