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Norberto Alcover

En aquel tiempo | Una cierta tristeza

De un tiempo a esta parte, puede también que por imposiciones vitales de la pandemia, que me ha golpeado de manera implacable, me despierto por la noche agitado y sudoroso. Es verdad que, tras cenar, repaso varios telediarios y me inclino por los espacios de confrontación dialéctica, cada vez más a favor de pseudo informaciones ideologizadas de forma casi grotesca. Con específica referencia a La Sexta, cruel con la oposición y benévola, cuando no perifrástica, con la coalición en el poder. Es decir, que no es una buena preparación para un sueño sereno, profundo y sobre todo pacífico. Para nada es un sueño de ángeles sino de beligerantes demonios. Pero hace años que adquirí la costumbre y me resulta costoso modificar mis hábitos nocturnos. Uno de tantos errores que uno acumula con el tiempo.

Pues bien, la materia de mis despertares, y después, de la vigilia, es la España que nos ha sido dada como suelo y como tarea, el país en el que, por un avatar histórico, nos han entregado los dioses para nacer, vivir y en general morir, tras habernos desempeñado como ciudadanos éticos o bien como sinvergüenzas al uso. Y la verdad no es que me duela España (tal eslogan resulta muy avejentado), sencillamente me produce una cierta tristeza. La percibo en explosión permanente, tras una serie de años en que, a trancas y a barrancas, intentamos sacarles consecuencias a los años transitorios y constitucionales. Al respecto, el marco era bastante bueno, pero hemos de reconocer que cometimos errores de bulto, sobre todo en el terreno de la desigualdad de todo tipo, sobre todo de la desigualdad socioeconómica. Entonces, uno comprende que había razones para reclamar modificaciones profundas, pero sin necesidad de relevantes modificaciones que afectarán a los pilares del edificio construido al arribar la democracia y sus libertades. Incluso que la cuestión de la Memoria Histórica era una materia pendiente para muchos, de acuerdo, pero jamás pensamos que otros acabarían llamando a la puerta de la Ley de la Amnistía, en un guiño que podía maltratar nuestra trabajada paz y reconciliación. Si hacer memoria construye futuro, bienvenida sea la medida, pero si nos impide crear un futuro solidario y fraternal, entonces hablamos de suicidio histórico. Esta situación, que se despliega con una facilidad portentosa en nuestros ambientes sociopolíticos, sindicales y empresariales, pero también ideológicos y partidistas, afectando a los ciudadanos de a pié, es la causa fundamental de esa cierta tristeza que, como decía, me despierta y me agita. Y me produce una cierta infelicidad. Porque no vale mirar de lado o ponerse de perfil cuando las aguas bajan turbias. Hay que meterse en ellas. Y comprobar su capacidad para arrastrarlo todo. Hay que hacerlo si somos hombres de conciencia.

Reconozco que en momento alguno me ha gustado nuestro Gobierno de Coalición, porque lo considero una especie de rara avis en el conjunto europeo. Pero me pregunto si una socialdemocracia, tal y como gusta definir a su partido el Presidente, tiene mucho recorrido con tales compañeros de viaje. Y si dediqué un artículo a presentar en sociedad a Yolanda Díaz, fue con la intención de que se conociera objetivamente la peligrosidad de quienes rodean a quien dirige nuestros destinos. Al cabo de quince días exactos, el tiempo me ha dado la razón. No se trata de un cambio desde la Constitución, en absoluto. Estamos ante un proyecto de cambio de sistema, en el que necesariamente participa el Gobierno de la Nación. Lo pretenda o no. Que a estas alturas ya no sé lo que pensar. Entre otras razones porque, por mucho que gesticule el Presidente, tengo la convicción de que el proyecto se le está escapando de las manos. Puedo equivocarme, claro está, pero también puedo estar en lo cierto. Y sería desastroso para el conjunto español. No para los independentistas, como tampoco para los radicales en cualquiera de los extremos. Por lo que me toca, en los momentos de vela nocturna, miro los gestos triunfantes del Presidente y practico el noble arte de la sospecha.

Claro está que muchos lectores me recordarán las convulsiones de la Oposición, especialmente de la oposición popular. También es mala suerte que mientras la socialdemocracia sufre embates dolorosos, nuestro centro derecha pierda el tiempo con debates intestinos que solamente conducen a la merma de posibilidades electorales. Miren ustedes, acepten que la señora Ayuso se ha convertido en la dueña de Madrid, contrólenla en la distancia, pero déjenla hacer, porque golpearla significa hacerle el caldo gordo a quienes desean ocupar su poltrona. No están ante un problema de Ayuso. Tienen que potenciar el liderazgo de Casado, para situarlo en el centro de sus ambiciones, exactamente igual que hacen con Feijoo, tan respetado él. La cohesión, tantas veces, pasa por aparentes derrotas de los responsables. En ocasiones, se crece por los lados.

Si a todo este batiburrillo sociopolítico, constitucional y legislativo, todo él fundado en la distribución de fuerzas parlamentarias, añadimos el malestar agrícola, ganadero, con ampliación a las Fuerzas de Seguridad, al cambio climático, al desabastecimiento, y en fin, a la migración, con los pensionistas reclamando lo que es suyo, entonces comprenderán que es para despertarse en medio de la noche, sentarse en la cama y preguntarse un montón de cosas. Menos mal que con la Navidad cercana, y en medio del caos, uno planta su árbol luminoso y, a media luz, recuerda tanta buena gente española. Y esboza una sonrisa.

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