El pasado jueves participé en una Conferencia sobre el futuro de Europa desde una mirada mediterránea. Esta interesante iniciativa surge de la colaboración entre las Comunidades Autónomas de las Illes Balears y de la Comunitat Valenciana, y fue organizada por las respectivas Direcciones Generales de Relaciones Exteriores y UE. La sesión en la que participé llevaba por título El futuro económico del mediterráneo europeo: La necesidad de diversificar y consolidar espacios económicos. Mi participación se debía centrar en el sector agrario como palanca de diversificación. Me interesan mucho este tipo de espacios porque salir de los círculos habituales, donde las personas ya conocen de lo que hablas, te exige un mayor esfuerzo para explicar debates del sector agrario que permanecen ocultos.

Que la diversificación económica de las Islas Baleares es necesaria y urgente nadie parece dudarlo. Pero me da la sensación de que cuando tratamos de concretar sobre qué y cómo construimos esta diversificación, las respuestas no son tan unánimes. La inercia que imprime el peso de una actividad muy dominante sobre la estructura económica no es fácil de cambiar. Es como hacer virar un gran transatlántico. Me gusta construir sobre realidades concretas, aunque estas sean pequeñas, y estoy convencido de que el sector agrario y agroalimentario es una de esas palancas de diversificación que ya son una realidad y que tenemos al alcance de la mano. Solo falta cambiar la mirada.

Cada vez que reviso datos económicos publicados en Baleares saco la misma conclusión decepcionante. Seguimos manteniendo una mirada tremendamente clásica de la división de los sectores económicos en primario, secundario y terciario. Una mirada que nos juega malas pasadas y nos impide analizar las oportunidades de una economía más dinámica y holística. En el caso que me ocupa olvidamos que ya en el año 1992 la Unión Europea definió al sector agrario como multifuncional y planteó la pluriactividad como camino. En primer lugar esto supone contabilizar el conjunto de bienes, valores y externalidades que produce el sector agrario, y que van desde la producción de alimentos y la creación de empleo, hasta la conservación de la biodiversidad, el mantenimiento del paisaje, la captura de CO2 o la preservación de la cultura. En segundo lugar, pasar de hablar de sector agrario a sector agroalimentario. Se trata de poner la fuerza en la potencialidad del conjunto de la cadena de valor; desde la producción hasta el consumo, la transformación agroalimentaria y el resto de las actividades complementarias que imaginemos

Pongo un ejemplo. La semana pasada estuve en la presentación de una campaña de promoción lanzada por la DO de Vino de Binissalem. El acto se organizó en una preciosa bodega inaugurada hace tan solo un año, pero construida sobre la tradición de casi medio siglo de producción de vino. La bodega perfectamente diseñada se abre a un balcón sobre las 37 ha de viñedo en un paisaje de otoño con todos sus colores y con el fondo de la Serra de la Tramuntana. Si yo me empeño en separar los datos económicos del sector primario, lo que veo son 266 ha adscritas a la DO Binissalem, 1.066 Tn de producción de uva al año y un valor de esta uva cercano a 1 millón de euros. Pero a nadie se le escapa que tenemos que contabilizar la transformación de 10.100 hl de vino que hacen las 13 bodegas que forman parte de esta Denominación de Origen que le añaden un valor de 8 millones de euros. A este monto económico le deberemos añadir el valor comercial que adquiere el vino embotellado y que se vende en numerosos establecimientos. Podemos seguir sumando los ingresos que en este momento genera el enoturismo, actividad que incluye desde las visitas a bodegas, catas de vino, rutas guiadas o incluso actividades culturales por la Mallorca rural, y tenemos que contabilizar además lo que suponga todo el CO2 que absorben todas las viñas, y podemos valorizar también la conservación de las variedades de Manto Negro, Callet o Giró Ros. Todo esto es diversificar.