El grado de maldad y violencia intrínseca que algunos hombres alcanzan a tener sobre las mujeres resulta espeluznante. Desde una perspectiva empírica cabe asumir que las mujeres al dar la vida, conocen su valor mejor que los hombres, los cuales históricamente se dedican a quitarla. Las guerras son una muestra.

La realidad es que ser mujer significa un riesgo. Para determinados hombres, una mujer sola por la calle, por el campo, por la montaña, en el trabajo, en el hogar.... es una pieza de caza cuyo trofeo se puede cobrar, especialmente a nivel sexual.

Las mujeres por el hecho de serlo, inmersas en una deficitaria empatía social, se encuentran en una situación de desigualdad ante la violencia que algunos hombres les infieren. Conocen bien lo que es el miedo, tienen que tomar precauciones y basta advertir «que no pueden ir solas tranquilas por la calle». Esta perenne angustia, salvo los padres que esperan el regreso de sus hijas, los hombres no la sufrimos. Es una responsabilidad de toda la sociedad combatirla.

Se tiene que mejorar y avanzar en la autoprotección. Si las empoderamos podrán luchar mejor contra la violencia en general y puesto que no la podemos desterrar, al menos que ellas tengan herramientas sobre todo emocionales para enfrentarse a la misma. Y como mínimo que tengan alguna consideración sobre los hombres, que disminuya este desequilibrio vital.

Desarrollar políticas unificadas, nacionales y efectivas de apoyo a las mujeres. Sumando acciones valientes y sustanciales de intervención directa que refuercen su autoestima, faciliten la conciliación familiar y las ayuden a afrontar su situación. En el fondo solo lo pueden hacer ellas.

La información y la educación son imprescindibles, pero en ocasiones la globalización les dificulta por distintos patrones culturales. Significando un reto disminuir la mayor incidencia de la violencia de género en las mujeres migrantes. Tampoco podemos olvidar la fuerte sexualización estructural que existe, basta ver en Netflix la primera película española sobre Tadeo Jones, recomendada a partir de 0 años, que, ante la indiferencia general, profundiza en los estereotipos sexistas utilizando a «Sara» como eje normalizador.

El camino es la aplicación de la perspectiva de género, sin embargo, hay demasiadas evidencias de su inaplicación, adornada de discursos políticos vacíos. Un paradigma de ello es el acceso a la Administración. No somos, o no queremos, ser conscientes de la discriminación indirecta que supone para las mujeres el acceso a la función pública. Confluiremos en que la natalidad es imprescindible para la continuidad de la especie, y, de hecho, como la gestación es un problema de mujeres, ya se apañarán….

Basta ver cómo, una mujer que quiera acceder a una plaza de funcionaria con pruebas físicas, tendrá que condicionar su aspiración a la maternidad, en función de fechas estimadas. Incluso en el caso de que las pruebas teóricas coincidan con una situación de dar a luz, pre o posparto, perderá su oportunidad y años de preparación.

Susana Martín Gijón lo retrata a la perfección en Progenie. Alfaguara 2020:

«Un mundo en el que se les ha vendido a las mujeres una falsa igualdad acompañada de libertad para trabajar como los hombres, pero que implica algo que no les cuentan: si quieren ascender en el escalafón como ellos, no se pueden distraer. Y ser madre es una distracción imperdonable».

Resulta complejo gestionarlo, sin embargo, teniendo voluntad se puede. Basta establecer pruebas físicas bianuales para obtener un certificado habilitante, dándoles así margen coyuntural. Respecto a los exámenes teóricos, una vez justificada la ausencia por maternidad, prever el examen de similar dificultad en otra fecha, incorporando la nota al listado general. Una oposición no finaliza hasta pasados los seis meses del periodo de prácticas. Se corregirían agravios sin prebendas. No habría ningún problema. Bien sí, uno. Dolores de cabeza para los miembros del tribunal. Eso sí, paritario con base en una nimia aplicación de la perspectiva de género.