Decepcionante es el resultado de la Cumbre del Clima que se ha celebrado en Glasgow. En lo que se refiere a lo nuestro, poco se ha hablado en esta COP26 sobre agricultura y ganadería. Apenas una iniciativa, con poco peso político de 45 gobiernos, para dotar con 4.000 M$ adicionales el Fondo del Clima para fomentar una agricultura más respetuosa con el medioambiente. De forma paralela, tan solo algunas iniciativas concretas de gobiernos como el de Brasil, Alemania o Reino Unido. Es decir, una muy escasa ambición ambiental.

Pero mientras tanto, y sin dudarlo, el sector agrario y ganadero profesional sabe desde hace tiempo que uno de los aspectos en los que se juega su viabilidad está en el cumplimiento de los objetivos ambientales. Soy optimista y he aprendido a confiar en el sector. Sé que una gran mayoría de los agricultores y ganaderos son aliados en la lucha contra el cambio climático. El reto y el deber para las administraciones agrarias, pero también para las OPA y las cooperativas, es que actuemos de forma clara y consecuente, y pongamos manos a la obra para acompañar esa transición.

Abordar los retos climáticos del sector implica ser consciente de una triple vertiente. En primer lugar, asumir la realidad del sector como emisor de Gases Efecto Invernadero (GEI). El último informe elaborado por el MITECO indica que la agricultura y la ganadería es responsable del 14,1% de las emisiones de GEI, lo que supone un aumento del 1,2% respecto al año anterior. Esto contrasta con el objetivo de reducción del 18% que se fija España para el sector primario en 2030. Pero junto a los llamados GEI, hay otras emisiones en las que tenemos una enorme tarea. Hablamos por ejemplo de las emisiones de amoniaco (NH3) en las que el sector es responsable del 95% y para los cuales España se plantea una reducción del 64% en agricultura, y del 39% en la ganadería, objetivos nada fáciles de cumplir. Pero esta reducción no puede ser lineal para todos los territorios y esto debe entenderlo la administración del estado y nosotros defenderlo. La agricultura balear, no es la del poniente almeriense, ni la del campo de Cartagena. Es importante cuantificar el impacto de nuestro sector y analizar de manera precisa dónde tenemos puntos calientes y cómo compensarlos.

La segunda vertiente implica tener claro que las y los agricultores y ganaderos son los sectores más vulnerables al cambio climático. Las frecuentes adversidades climáticas, el cambio en los regímenes hídricos, el aumento de la temperatura del suelo, todo, tiene una repercusión brusca sobre la actividad agraria. La payesía profesional va a tener que hacer un enorme esfuerzo en adaptarse para lograr sobrevivir, lo que implicará incentivar de manera decidida las buenas prácticas, prever que el Fondo de Contingencias del Govern pueda actuar frente a estas adversidades, y poner todos los medios para extender, apoyar y mejorar la cobertura de los seguros agrarios y ganaderos.

La tercera vertiente representa una oportunidad. La agricultura y la ganadería pueden ser sumideros de carbono. Ya sabemos aquello de que las plantas captan CO2, y a través de la fotosíntesis, crecen, fijan carbono al suelo y liberan oxígeno, y esto vale tanto para una ha de viñedo como para una ha de pasto. Buena parte de estas emisiones dependen de las prácticas y manejos que se hacen en la explotación. Sustituir lucha química por biológica, un bajo laboreo, eliminar las quemas, mantener los pastos permanentes y las cubiertas vegetales bajo los frutales, o la rotación de cultivos son prácticas conocidas, y todas ellas reducen emisiones, y/o aumentan la capacidad absorber carbono. Soy optimista y me ronda la cabeza que ha llegado el momento de hacer de la necesidad, virtud y que el conjunto del sector balear haga una apuesta estratégica por una Agricultura y una Ganadería Sostenible en las Illes Balears como seña de identidad y como clave para su competitividad.