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Eduardo Jordà

Metaverso

Hace unas semanas, Mark Zuckerberg anunció que Facebook se iba a convertir muy pronto en una especie de realidad paralela que se llamará Metaverso. En esa otra dimensión de la realidad -una especie de Second Life-, gracias a unas gafas de realidad virtual y a unos mandos acoplados a nuestros dispositivos móviles, cada uno de nosotros podrá vivir una nueva vida, algo así como si hubiera cruzado la frontera tridimensional que llevó a Alicia al otro lado del espejo. Imagino cómo será ese Metaverso: un mundo limpio, ordenado, soleado, sonriente, un mundo de casitas muy confortables y de paisajes naturales inmaculados, un mundo sencillo y feliz donde vivir será tan fácil y tan agradable como pulsar un botón en un videojuego. Y en ese nuevo mundo feliz podremos desarrollar nuestras más oscuras pulsiones o hacer reales todos los rasgos de nuestro carácter que la vida normal -la vida del Universo corriente, por así decir- no nos había permitido desplegar tal como nos hubiera gustado.

En el Metaverso de Zuckerberg podremos ser guapos, inteligentes, adorables, seductores, exitosos. Sin dejar de ser nosotros mismos -o mejor dicho, sin dejar de creernos nosotros mismos- podremos cambiar de rostro, de aspecto, de edad, de recuerdos y de experiencias vitales. Nunca pasaremos dificultades económicas ni sufriremos angustias ni aprietos de ninguna clase. Viviremos sin miedo a la muerte ni a la depresión, sin pensar jamás en el envejecimiento o en la desaparición de las personas que queremos. No sabremos nada de las enfermedades ni de la melancolía ni de los sueños de una vida mejor porque ya estaremos viviendo una vida mejor, o mejor dicho, una vida inmejorable, la mejor de las vidas posibles e imposibles. Y poco a poco, sin que nos demos cuenta, nos iremos olvidando de las sórdidas realidades de nuestra vida real porque nuestra única vida -la única que seremos capaces de vivir- será esa vida ilusoria que nos proporcionarán las gafas de realidad virtual.

Por supuesto, nuestra vida -la real, la vida sucia y triste y desalentadora en la que las cosas nunca son como esperábamos- estará controlada en todo momento por una aplicación de inteligencia artificial de la que sólo sabemos su nombre -Oculus Insight- y su función de seguirnos a todas partes para vigilar nuestra vida hasta en sus detalles más insignificantes. Como es natural, nada de lo que hagamos le parecerá insignificante a ese ojo monstruoso -repitamos su nombre: Oculus Insight- que registrará nuestra presión arterial y nuestros hábitos alimenticios y nuestros gustos y nuestras conversaciones y probablemente también nuestros pensamientos. El ojo de Jehová, que todo lo veía en la historia sagrada y que sabía descubrir los pensamientos más ocultos de los seres humanos, será ahora esa aplicación que llevaremos en el móvil y que de algún modo ya no estará fuera de nosotros porque también formará parte de nuestro ser, o de nuestra identidad, o de lo que sea que la haya sustituido. El ojo panóptico de Bentham y el Gran Hermano de Orwell se fundirán en ese nuevo organismo que nos vigilará pero que también se estará vigilando a sí mismo porque ya no habrá un yo ni un él ni una ella ni un nosotros. Si Platón habló hace 2500 años del mito de la caverna -en el que unos hombres encadenados sólo podían ver las sombras engañosas que se proyectaban en el muro de la cueva-, nuestro buen Oculus Insight lo va a hacer real para todos nosotros en muy poco tiempo. Sólo podremos ver las sombras engañosas que otros seres -unos desconocidos que nosotros jamás podremos ver- creen para nosotros proyectándolas sobre un muro. Y la realidad, para nosotros, tan sólo serán esas sombras proyectadas contra la pared, esas sombras en las que nosotros, cada uno de nosotros, representará un papel siempre cambiante que le hará sentir feliz y joven y sano. En la vida real viviremos en un cuchitril húmedo y cochambroso invadido por las cucarachas, pero todos nos sentiremos felices tomando un daiquiri frente a una piscina en nuestra doble vida de Metaverso.

Mark Zuckerberg no nos ha dicho aún cuándo podremos empezar a vivir en el mundo maravilloso del Metaverso, pero en realidad ya llevamos bastante tiempo preparándonos para dar el paso hacia esa doble vida con la que todos soñamos. Abducidos por las series interminables que inundan nuestras pantallas, por las redes sociales que reclaman continuamente nuestra atención y por los medios de comunicación que se pasan la vida creando contenidos que falsifican la realidad para convertirla en un simple entretenimiento ficticio, nuestra vida intelectual y moral ya se parece bastante al Metaverso de Oculus Insight. Los políticos nos mienten de forma obscena, sin preocuparse siquiera de maquillar las mentiras, pero nosotros ni siquiera nos damos por enterados. Las grandes corporaciones nos exprimen como un limón y se quedan con nuestros datos para programar nuestros gustos y nuestras opciones políticas. Y así todo. El Metaverso, amigos, ya está aquí. Y lo llevamos bien puesto.

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