Por desgracia, en este último año y medio, algo hemos aprendido acerca de los virus, y de cómo se extienden hasta llegar a poner en jaque a toda la sociedad. De forma traumática, la ciudadanía ha adquirido mayor conciencia de la importancia de la salud pública. Trasladando esta reflexión al ámbito de la producción agraria y ganadera, deberíamos saber que la exposición cada vez más habitual del sector a plagas y enfermedades, vegetales y animales, conocidas y emergentes, es uno de sus principales factores de vulnerabilidad. Todo lo relacionado con este ámbito ocupa una parte central y muy exigente del trabajo cotidiano de los servicios de agricultura, ganadería y calidad alimentaria. En este frente, los servicios públicos de sanidad animal y vegetal se apoyan en la colaboración de una importantísima red de veterinarios y veterinarias, así como de agrónomos, que trabajan a pie de campo con una veintena de Asociaciones de Defensa Sanitaria Ganadera, y otra veintena de Asociaciones de Defensa Vegetal de las Islas Baleares. Y a pesar de esta realidad y de haber tenido experiencias igualmente traumáticas, como fue el impacto de la Xylella fastidiosa, tengo la sensación de que todo esto pasa inadvertido y en ocasiones, incomprendido. Como en la salud humana, los sistemas de prevención, alerta, control y erradicación de enfermedades y plagas en la agricultura y la ganadería son complejos porque implican a muchos profesionales, y requieren de la colaboración y coordinación, que va desde la propia explotación agraria o ganadera, pasando por el nivel autonómico, hasta el europeo pasando por el nivel ministerial. El aviso de sospecha y un positivo confirmado de lengua azul el 24 de junio en una explotación ganadera de Pollença activó una campaña, en la que el servicio de ganadería y las ADS están inmersos desde hace cinco meses y en el que llevamos invertidos en torno a medio millón de euros.

La globalización de los mercados agrarios, unido al cambio climático, el desequilibrio ambiental, y su consecuencia en el aumento de las temperaturas, provoca condiciones extremadamente favorables para la propagación de estas plagas y enfermedades. Un solo invierno inusualmente cálido puede ser suficiente para ayudar al establecimiento de plagas invasoras que de otro modo no llegarían, o para que el mosquito vector de una enfermedad animal no llegue a desaparecer. Hablamos de Xylella fastidiosa, de lengua azul, de rinoneumonitis equina, de globodera de la patata, de la polilla del tomate (Tuta absoluta), de la recién identificada en nuestro territorio «barreneta» del viñedo (Cryptoblables guinidiella), entre otros. Cada una de estas plagas y enfermedades confirmadas, y de otra decena de alertas que tenemos durante el año, implican un trabajo que exige rigor científico, dedicación y rapidez de actuación de entomólogos, veterinarios, ingenieras agrícolas, auxiliares de laboratorio, y siempre, por supuesto, contando con la colaboración del sector asociado.

El impacto directo de las plagas y enfermedades en la agricultura y la ganadería se mide en una caída directa de los rendimientos y la producción, en la pérdida de oportunidades para la comercialización y su consiguiente caída de la renta agraria. En este segundo escenario, el profesional ganadero o agricultor se la juega muchísimo, más que aquellos que tienen en la actividad agraria un entretenimiento, y por ello me cuesta muchísimo entender y aceptar las actitudes de los que no responden con el compromiso y responsabilidad debidos.

El sistema de sanidad vegetal y animal requiere, en este momento, de un nuevo esfuerzo público, necesita de un diseño adecuado, requiere coordinación, requiere medios técnicos y científicos, y requiere de inversión pública. Esta frontera de la producción agraria y ganadera es básica para hacer despegar a un sector productivo, que también en esto sufrió el recorte presupuestario, la falta de medios y el abandono político.