Alo largo de casi 40 años, durante 4 meses en 1982, mi labor en la Policía Local de Palma resultó imprescindible. Si no se desarrollaba, el caos invadía las principales vías de la Ciudad. La ejercí en diferentes cruces de las Avenidas, en la calle Eusebi Estada o Industria, subido en la mayoría de puntos a una torreta metálica. Llevaba un casco blanco de plástico con el aguilucho franquista, acompañado de un chubasquero del mismo color y material, pésimamente equipado con el resto de vestuario de ínfima calidad y dotado con unos grilletes que me tuve que costear personalmente.

No estaba solo, éramos bastantes Policías imprescindibles, bajo el manto de la sección Circulación, cuya función era dirigir el tráfico de vehículos en ausencia de semáforos, los cuales, afortunadamente, con el tiempo amortizaron la sección.

Digo imprescindibles, porque si abandonábamos el punto, se producía el colapso circulatorio, llámese en Escuela Graduada o al pasar el tren de Sóller por cualquiera de los tres cruces regulados de Eusebi Estada. Y no había que olvidarse de retirar la sombrilla a ras de asfalto del cruce con Balmes, porque en caso contrario el tren chocaba con ella. Recuerdo también que cuando se estropeaban las barreras de corte del trayecto del tren en ese mismo punto, íbamos a un bar, y a fondo perdido, insertábamos una moneda de un duro en el teléfono para avisar a nuestra Central para instar la reparación.

Muchos recordarán que, en Navidad, los pies de las torretas se llenaban de presentes navideños, generalmente botellas, de ciudadanos anónimos que de ese modo reconocían la labor de los imprescindibles, porque sabían que ellos garantizaban la fluidez de sus desplazamientos. Y aunque dudo que se lo plantearan, se evitaba además la propensión a conductas hostiles, que con tanta facilidad se dan con un volante en las manos.

Repito, que, afortunadamente, la Policía Local de Palma ya no desarrolla esa dura, porque lo era, labor. Pero debería ser capaz de extrapolar la parábola de esa excelencia laboral que tanta satisfacción generaba a las actuales necesidades generales, que no de la Policía ni de los políticos. Impregnando el concepto de Servicio Público a su labor, para mejorar la calidad de vida de los Ciudadanos, a través de acciones que faciliten la convivencia en el entorno urbano.

Hay múltiples campos de actuación para virar en busca de la confluencia entre las expectativas que los ciudadanos tienen sobre su Policía Local y las acciones que desarrolla el Cuerpo. Aunque paradójicamente a menor consideración policial sobre la intensidad del servicio, mayor necesidad ciudadana existe.

A modo de ejemplo, uno de los nuevos ámbitos de trabajo podría ser implantar su presencia en todos los parques de la Ciudad, especialmente en los horarios de mayor afluencia de personas. Quizás así la vigilancia exterior permanente en el parque de la Riera, que desarrolla una pareja de Policías Locales dibujada en un cartel publicitario, podría ser sustituida por una pareja peatonal de carne y hueso, visible y accesible, que desarrollara en el interior del parque tareas preventivas de convivencia. Desde informar a los propietarios de perros sueltos en zonas infantiles, que disponen de un magnífico espacio cerrado habilitado para ello, hasta prevenir conductas incívicas en general. Seguro que evitarían a muchas personas sentirse violentadas, poniendo en valor la función de su Policía Local, a la vez que cobraría sentido el lema publicitado en el cartel: «Al teu costat».

Aunque no las añoro, las torretas me hicieron sentir imprescindible por unas horas al día. No se ha vuelto a repetir.