Diario de Mallorca

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Alex Volney

Ulsterización

Michael Collins.

No se conformarían, para nada, con la partición. Se disponían a proseguir su lucha los nacionalistas de Irlanda del Norte. De esto hace cien años y justo después de un largo y dramático proceso que culminaría en las negociaciones de la Independencia otorgada por el gobierno británico con estatuto de dominio dentro del marco de la Commonwealth.

Los irlandeses pasarían a gozar de una autonomía parecida a la de Canadá, Nueva Zelanda o Australia. Estos acuerdos consolidaron la división de la isla en dos estados. Disponiendo de un parlamento y un poder ejecutivo con sede en Dublín, consiguieron su fuerza militar, pero sin ver concedida la defensa exterior que seguiría en manos británicas. Intentaban con ese forzado ajuste de equilibrios, acabar con el enfrentamiento armado entre nacionalistas irlandeses y tropas de ocupación.

Irlanda declaró la Independencia el 24 de abril de 1916 pero no fue hasta el 6 de diciembre de 1922 que pasó a ser un estado libre. Irlanda se uniría a la Comunidad Económica Europea en 1973. Hoy, en un contexto muy diferente, Irlanda del Norte es la considerada gran beneficiaria de la salida de Reino Unido de la UE. Las barreras a los flujos de bienes y servicios se van imponiendo a la par que el libre movimiento entre europeos y británicos. Las esperpénticas imágenes de las últimas semanas lo van atestiguando con creces. La intuición política de algunos líderes se ha revelado como la más chapucera de las visiones a corto, medio y largo plazo. Van estallando conflictos entre los pescadores galos y británicos o los que van a colapsar en breve pues Irlanda del Norte lógicamente comparte frontera terrestre con la República de Irlanda que sigue perteneciendo democráticamente a la UE. Los nacidos en el Norte de la Isla mantendrán las dos nacionalidades y por lo tanto conservarán la ciudadanía europea y seguirán disfrutando del derecho de libre movimiento. Los ciudadanos británicos de Irlanda del Norte serán los únicos que seguirán siendo europeos y podrán pasar las vías rápidas de los controles que si dañaran el buen funcionamiento para escoceses y galeses.

En Irlanda, la lucha entre el Fine Gael y el Fianna Fáil se ha perpetuado unos cien años. Estos tipos de enfrentamientos suelen eternizarse y pasar de padres a hijos enfrentando a familias más allá del siglo. En el caso catalán está pasando algo muy parecido. Existe, afortunadamente, la memoria histórica que esclarece de dónde viene cada individuo.

Los seguidores de Collins o De Valera partían, al principio, del mismo punto. En Catalunya los protagonistas políticos del procès en ningún caso parten del mismo origen aunque el objetivo sea casi el mismo. La transición y su cierre en falso no solo gangrena la democracia en España, también en Catalunya a no ser que se practique la amnesia colectiva.

La demagogia de Vox y de una parte muy concreta del independentismo catalán bebe de ese populismo que ya alimentó a González con la OTAN o con el acuerdo de Maastricht. El mismo populismo de Aznar y su amigo Pujol ambos hablando catalán en la intimidad. El honorable firmando cheques en blanco en el 2000 cuando pudo exigir el reconocimiento de la unidad de la lengua. Es lo que tiene el populismo, sea nuevo o añejo, va creando problemas y conflictos y así cuando los hay, y de considerable importancia, el tedio político se adueña de la peña mientras ellos se perpetúan en el poder.

Cien años más tarde, Catalunya y España siguen allí mismo y aunque el caso Irlandés y catalán sean coincidentes y la unidad de acción se vea cercenada en ambos casos por «históricas» dicotomías, difiere la naturaleza de ambos conflictos. La paradoja total llega cuando la derechona española se infla de patrioterismo alejando cada vez más a Catalunya del resto de España. Es el populismo más clásico. El del rédito en votos. El del cortoplacismo más torpe al estilo Cameron, salvando las democráticas distancias, pero hasta llegar al mismo chapucerismo de Johnson, Casado o Abascal. Por un puñado de votos está en juego la cronificación de un conflicto político y su futura ulsterización. Y a este juego tan temerario nos cabe añadir que a un pueblo pacífico como el catalán se lo ha sometido a una injustificada represión y persecución que supone, a día de hoy, una auténtica y preocupante anomalía en la parte occidental de la UE.

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