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JOrge Dezcallar

Glasgow y el clima

Hoy empieza la Cumbre de Glasgow y resulta imposible no ser alarmista cuando se habla de cambio climático y de calentamiento global. Lo que ocurre es culpa nuestra como afirman 234 científicos convocados por la ONU, y por este camino vamos mal.

Las catástrofes naturales serán cada vez más frecuentes y enfrentamos un cataclismo en biodiversidad, pues hasta un millón de especies -se dice pronto- están en riesgo de extinción. Según el Papa Francisco, amenazamos con dejar un planeta de «escombros, desiertos y suciedad», poniendo en riesgo nuestra propia supervivencia sin ningún Plan B para salvar «el pálido punto azul» de que hablaba Carl Sagan en la negrura inmensa del Cosmos. Pero quizás esta grave situación todavía tenga arreglo y aunque ya es tarde para revertir el daño hecho, quizás aún no lo sea para cambiar el rumbo antes de que el problema se convierta el irreversible. No falta mucho para que eso ocurra.

Nuestro modo de vida es el causante de esta situación pero nos cuesta admitirlo porque es incómodo reconocer que la culpa la tienen el aumento disparado de población, que se ha triplicado en los últimos 75 años, nuestra forma de producir energía y de viajar, la manera en que deforestamos y excavamos la Tierra o ensuciamos los océanos... Esto plantea debates interesantes como si Brasil y Congo son dueños de hacer lo que quieran con sus bosques, pulmones del planeta, o son sus meros administradores en nombre de la humanidad. Para tratar del problema la ONU convocó una primera conferencia internacional en 1995 y dos años después en Kioto se hizo el primer intento serio de enfrentarlo con una reducción de las emisiones de CO2. Kioto inventó el cap and trade, que ponía un límite a esas emisiones pero permitía traficar con ellas si uno se excedía o se quedaba corto, en un procedimiento imaginativo que no funcionó porque no era obligatorio y porque EEUU, China e India no lo aceptaron. De forma que la situación siguió empeorando hasta la Cumbre de París en 2015 donde por vez primera se adoptó un compromiso claro para impedir que la temperatura global subiera a fines de siglo más de 2 grados sobre los niveles preindustriales. Y para ayudar a los países pobres se acordó un fondo de 100.000 millones de dólares anuales... que no se desembolsarán hasta 2024. Luego, en 2019 se celebró en Madrid otra reunión que tampoco logró que los participantes respaldaran comprometieran su pretensión de reducir las emisiones un 45% hasta 2030 y a no emitir en 2050 más CO2 del que la atmósfera puede absorber. William Nordahaus dice que estamos perdiendo el tiempo con estas reuniones porque sus compromisos no son obligatorios pues su cumplimiento queda a la voluntad de los participantes, y piensa que habría que cambiar el actual formato de conferencia por el de «club» donde los miembros tienen obligación de cumplir las reglas bajo amenaza de sanciones. Claro que esto es más fácil decirlo que hacerlo en un mundo de Estados soberanos que están por definición mal adaptados al combate contra problemas globales, como también muestra la lucha contra la covid-19.

En Glasgow se reúnen 175 países, un centenar de jefes de Estado y de gobierno y 20.000 delegados con el objetivo de «mantener viva la esperanza» porque, como ha dicho Inger Andersen, directora del Programa de Medio Ambiente de la ONU, «el mundo tiene que despertar al peligro que enfrentamos como especie», ya que si seguimos como hasta ahora la temperatura del planeta subirá 2,7 grados en 2100 y las consecuencias serán terribles. Los europeos lo hacemos bastante bien y también últimamente los norteamericanos. Pero por un lado faltan compromisos claros de otros grandes contaminadores como China, India y Brasil y, por otro, no es fácil pedir sacrificios adicionales ahora, cuando el precio de la electricidad está desbocado y aumenta el consumo de carbón, mientras que el gas del que depende el 50% de la energía en Europa también contamina. Y todo sin querer bajar nuestro nivel de vida. Steve Koonin cree que el problema no tiene arreglo porque el calentamiento global seguirá implacable y el ser humano no tendrá más remedio que adaptarse como ha hecho a lo largo de toda su existencia. Si puede.

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