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Jorge Fauró

La lengua del calamar

Exigir a Netflix que incremente la programación en lenguas cooficiales como condición al apoyo parlamentario a los Presupuestos es la última ocurrencia del uso político de los cuatro idiomas oficiales del Estado

La primera vez que viajé a Portugal tenía menos de diez años. Educado como la mayoría de los españoles que pasan de la cincuentena en aquel país de la primera cadena y el UHF, encendí el televisor de la habitación. Proyectaban una película de piratas en versión original subtitulada. Acostumbrado al cine de aventuras de la sesión de tarde del sábado, con Tyrone Power (léase Tirone Pover) y John Wayne (pronúnciese Llon Baine), mis padres y yo convinimos en bajar el sonido del aparato y dejarla en modo hilo musical, con el volumen al mínimo, en esa suerte de sonido de compañía que tan a menudo se emplea en los hogares de todo el mundo.

El niño fue creciendo y tomándole el gusto a la versión original con subtítulos, pero entre la mayoría de los de mi generación, e incluso en las posteriores, cualquier idioma que no fuera el propio, según la autonomía, continuó siendo una suerte de tabú para un país en el que, seamos honestos, jamás ha tenido como fuerte el aprendizaje de otras lenguas. No sin cierto bochorno he asistido a algún concierto de rock en el que el front man de la banda invita al público a cantar el estribillo, momento culmen de la actuación en el que todo se convierte en un griterío coral de vocablos que conforman cualquier idioma menos el inglés, lo que viene a confirmar que no estamos hechos, así en general, para dominar más allá de las lenguas oficiales.

La paradoja pasa por el hecho de que a pesar de nuestro escaso conocimiento de las lenguas propias, no hay comunidad en España donde el idioma no se emplee como arma arrojadiza frente al rival, convivan o no más de una lengua oficial. La guinda del debate acaba de ponerla ERC, que condiciona su apoyo a los presupuestos a que el Gobierno obligue a las plataformas audiovisuales a incrementar la programación en el resto de lenguas del Estado ajenas al castellano. En lo del incremento se puede estar de acuerdo: el gallego, el euskera, el catalán y el valenciano deben potenciarse desde las entidades públicas tanto como el castellano, sean o no dependientes del Estado, pero hombre, condicionar los Presupuestos Generales a que la serie más vista en la historia de Netflix pase a denominarse El joc del calamar parece un poco cogido a vuelapluma, Gabriel Rufián. De que el Gobierno saque adelante o no los PGE depende su continuidad al frente del país, hecho que contra todo pronóstico algunos han puesto en manos de que Tony Soprano hable en gallego y no con el inglés macarrónico de New Jersey. Entonces no importa preservar la esencia de la obra, sino en qué idioma se transmita. En la compañía con sede en Los Gatos, California, (que no The Cats), todavía deben de estar preguntándose en qué lengua vernácula han de promocionar La casa de papel.

En España nos henos cansado de adular la capacidad interpretativa de Robert de Niro o de Meryl Streep, olvidando el pequeño detalle de que la mayoría de sus películas las hemos visionado pasadas al doblaje, que es algo así como que te obliguen a enseñar el Guernica en color o Las Meninas partidas por la mitad. La mayoría de productos de Netflix ya permiten la posibilidad de ver películas y series subtituladas en catalán y euskera, por lo que deduzco que lo que pretende Rufián es que al menos el 7,5% de productos de Netflix, HBO y Amazon estén dobladas a algunas de las lenguas cooficiales del Estado. Si partimos de la literalidad de la propuesta, hay en el arco parlamentario quien prefiere oír «Agur, txikitxo» en boca de Terminator que el original «Hasta la vista, baby» de Schwarzenneger, torpemente traducido y recordado aquí como «Sayonara, baby».

Hay variadas maneras de cultivar las lenguas del Estado que no pasan obligatoriamente por las plataformas de streaming, y hay variadas formas de, sencillamente, respetar y no pervertir la originalidad de una obra de autor sin que escuchemos a Clint Eastwood en Sin perdón pensando que puede ser Darth Vader (bendito Constantino Romero).

Acabando. España ocupa la 34ª posición dentro del ranking mundial de conocimiento del inglés, con una puntuación total de 537 puntos. Francia e Italia nos secundan. Países Bajos repite en el número 1 del ranking. ¿A que no adivinan quién ocupa el séptimo puesto? Efectivamente, Portugal.

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