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Norberto Alcover

En aquel tiempo | De llegada y de partida ante el Sínodo de la Sinodalidad

En la madurez de su pontificado, cuando la Iglesia atraviesa momentos de grave incertidumbre y la sociedad necesita respuestas creíbles, el Sucesor de Pedro inauguraba el pasado 10 de octubre el Sínodo sobre la Sinodalidad: comisión, participación, misión. En este momento, el Sínodo ha entrado en su fase diocesana, después llegarán otras fases para cerrarse en Roma en 2023, reunidos los obispos del mundo.

Dos años para culminar las intenciones de todo un pontificado pero además para abrir un nuevo tiempo de la Iglesia respecto de sí misma y respecto de la sociedad en la que y para la que existe como ámbito de salvación desde la fe en Jesucristo. Negarle a la preparación del Sínodo, como inmediatamente comentaremos, relevancia y compromiso me parece de una frivolidad insuperable, solamente explicable desde una fe recortada o desde parámetros civiles poco elevados. Porque este Sínodo no solamente tendrá consecuencias para nosotros, los creyentes, sino también para la sociedad en su conjunto. No en vano, a trancas y barrancas, la Iglesia Católica es una realidad mundial a niveles muy diferentes pero siempre relevantes. Una cosa en la secularización ambiental y otra muy distinta cómo repercute en el núcleo eclesial, desde el que la Iglesia evangeliza. No comprender esto es no comprender el ser de la misma Iglesia.

El Sínodo en marcha tiene una personalidad muy diferente a los anteriores, desde su inauguración por Pablo VI el siglo pasado. Si antes era una cuestión reservada a los obispos protagonistas como consultores y consejeros del Sucesor de Pedro, en este caso, y por voluntad explícita de Francisco, desarrollará una larga preparación en la que todo el Pueblo de Dios y todas aquellas personas que se sientan aludidas o interesadas, puedan aportar sus puntos de vista hasta convertirse en la materia que el episcopado deberá meditar seriamente en presencia del papa Francisco, al final del ciclo. De tal manera que el Sínodo Episcopal será o está siendo un «camino fraterno» en comunión, participación y misión, que es lo mismo que decir en unidad, pluralidad y evangelización, pero de cara al futuro eclesial y social de la humanidad, dándole a la Iglesia una identidad evangelizadora nueva para responder a los nuevos signos de los tiempos. No se trata de un camino tanto teológico como pastoral, si bien este mismo camino desarrolle una teología eclesial innovadora y creativa. Quien diga que es un atentado a la eclesiología es que para nada ha leído y asumido el Vaticano II. No en vano, este encuentro sinodal pretende, precisamente, poner en práctica el espíritu bautismal del Vaticano II, en el que todos los creyentes católicos coincidimos y en el que todos nos encontramos como Hijos de Dios, miembros de la Iglesia y misioneros del Evangelio.

¿En qué se concreta tal camino sinodal en comunión, participación y misión? En que todas las instituciones eclesiales, desde el Vaticano hasta el último grupo de creyentes, están llamadas a reunirse, a dialogar y a opinar corporativamente en función de una serie de cuestiones preguntadas para esta ocasión. Digo todas las instituciones eclesiales, desde las parroquias a los grupos laicales menos organizados, pasando por instituciones diocesanas, obras independientes de religiosos y religiosas, institutos seculares, simples asociaciones de fieles, pero también deberá escucharse y preguntarse explícitamente la opción de alejados, agnósticos y ateos, porque muchos de ellos se posicionan ante la Iglesia de forma que a esa misma Iglesia le interesa conocer qué opinan de ella para organizarse objetivamente de cara al futuro. Dependerá de cada cédula eclesial invitar a personas no vinculadas al cuerpo creyente actual para un encuentro objetivo, más allá de diferencias y de contradicciones. De esta capacidad de convocatoria de todo tipo de instituciones, dependerá en gran parte un resultado positivo de la convocatoria del Sucesor de Pedro en este momento de madurez de su pontificado y arranque de un renovado momento eclesial. Perder esta oportunidad sería una imperdonable ingratitud hacia el Espíritu Santo, en quien los creyentes ponemos toda nuestra esperanza. Y no perderla en gran proporción, significa reconocer a la mujer su derecho a hacerse oír en el conjunto eclesial.

También es el momento de solicitar de todos una permanente información de cara a los medios de comunicación para que el camino comentado sea conocido, sobre todo en sus referencias al conjunto de la sociedad. A la vez que abundar en las críticas al pontífice convocante, a una posible irregularidad dogmática, a un error al convocar a creyentes pero también a no creyentes a la hora de opinar, todas estas actitudes solamente solaparán un deseo oculto de no aceptar el paso de Dios por la Historia, en la que descubrimos sus signos de los tiempos eclesiales. Y para evitar todo esto y conseguir un trabajo tan profundo como extendido se hace necesario renunciar a todo clericalismo y colocar, como ya hemos escrito, en su lugar la identidad bautismal, causa de nuestra unión en comunión, participación y misión. El trabajo de los clérigos es convocar y conjugar pero llegar a concretar materiales sinodales es el trabajo de todos los convocados en función de su pertenencia eclesial o sencillamente histórica. Se trata de un detalle relevante, iniciado prácticamente por el mismo Francisco al convocar el Sínodo de la Sinodalidad, un camino en común de cara a los diálogos episcopales y en definitiva a las palabras del Sucesor de Pedro como referente último en la estructura eclesial. Siempre desde el Evangelio y la tradición de la Iglesia, mucho menos explorada de cuanto se dice.

La Iglesia de Mallorca, como muy bien ha dicho nuestro obispo Sebastián, está convocada para este evento largo y tendido: ojalá, entre todos seamos capaces de responder a los interrogantes que en este momento nos citan para ser coherentes con nuestra vocación cristiana o, sencillamente, con nuestra responsabilidad histórica. Estamos ante un punto de llegada de un ciclo y el punto de partida de otro, que será el de las generaciones más jóvenes a quienes escucharemos con atención. Es de esperar.

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