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Antonio Papell

El modelo andaluz

Juanma Moreno, presidente de Andalucía tras las elecciones del 2 de diciembre de 2018 gracias al respaldo de Ciudadanos y de Vox, que ha conseguido un buen balance objetivo como primer presidente popular de la región desde la fundación de la comunidad autónoma, no parece dispuesto a caer en la tentación de convocar elecciones anticipadas para consolidar su hegemonía, como le sugieren algunas encuestas y como ha reclamado últimamente Vox. Antes al contrario, se dispone a terminar la legislatura, para lo cual está a punto de llevar a término la aprobación de unos presupuestos para 2022, sin perjuicio de que se celebren elecciones antes de que concluya dicha anualidad.

Moreno es un moderado, más templado que el propio Casado, y no se encuentra cómodo en compañía de Vox, la organización de extrema derecha que impone desagradables criterios relacionados con la inmigración, las relaciones comerciales con Marruecos, los derechos profundos de la ciudadanía (a la eutanasia, por ejemplo) y las minorías, mitigados pero no anulados por la mayoría popular. Vox ha utilizado además a Andalucía para su propia propaganda, tratando de normalizar unas actitudes abyectas que tropiezan sistemáticamente con el espíritu de la Constitución. Y ahora, todo indica que está preparando a Macarena Olona, diputada por Granada, para que encabece el grupo parlamentario de Vox-A e intente imponer un gobierno de coalición con el PP. Por otra parte, el declive imparable de Ciudadanos, que podría quedar reducido a la mínima expresión o incluso desaparecer, dará todavía más realce a Vox, que se convertirá en el único complemento de la mayoría, muy probablemente necesario para que Moreno consiga la próxima investidura.

Así las cosas, el PSOE andaluz, encabezado por el recientemente elegido Juan Espadas, alcalde de Sevilla desde 2015, partidario de someter a la extrema derecha a un cordón sanitario que la aísle como ocurre en las grandes democracias europeas (Francia y Alemania, entre otras), ha ofrecido con plena lealtad constitucional su apoyo al PP para negociar y sacar adelante unos presupuestos públicos de la comunidad autónoma, que son en esta ocasión especialmente relevantes ya que deberán canalizar las ayudas europeas que el Gobierno central dejará en manos de las regiones.

La derecha democrática tiene la obligación política y moral de diferenciarse de la extrema derecha, que alberga gérmenes xenófobos, racistas, homófobos y ultranacionalistas. Pero no sería legítimo pedirle que un partido conservador al uso renunciara al poder si está a su alcance por no querer pactar con el conservadurismo de los neofascistas. Si el PSOE invoca la lealtad constitucional para exigir al PP que no pacte con Vox, ha de ofrecerle la contrapartida de apoyarle para que ostente el gobierno si está a su alcance mediante una cualquiera de las fórmulas posibles.

La propuesta no es en absoluto exótica y de hecho se ha puesto en práctica en Alemania: el socialdemócrata SPD ha sido tres veces seguidas el socio menor de una ‘gran coalición’ presidida por Merkel, lideresa de la conservadora alianza CDU/CSU, con tal que la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) no consiguiera cuota de poder alguna.

Es cierto que la cultura política alemana es distinta de la española, pero este argumento no puede obstaculizar la aplicación estricta de los criterios democráticos. Tampoco en España teníamos cultura de coalición y ha sido posible construirla en muy poco tiempo, con un resultado razonablemente positivo (las dificultades, lógicas, no impiden reconocer el saldo favorable del ensamblaje).

En consecuencia, el experimento andaluz, que habría de ser avalado por el PSOE federal, no es más que la pauta que podría servir un día no tan lejano para facilitar la gobernabilidad del país. Por eso es tan peligroso que las relaciones políticas personales se hayan agriado hasta los extremos actuales: en democracia, siempre hay que considerar la posibilidad de un pacto entre adversarios si se trata de proteger el sistema, de servir al bien común o de defendernos de un enemigo exterior; en este caso, del destructivo populismo que invade los parlamentos occidentales.

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